jueves, 7 de agosto de 2008

La universidad amaneció sosegada, desde sus ventanales observaba el movimiento que comenzaba a darse. Su magín, en constante creación de ideas y ciencia, debía preguntarse sobre que acontecería aquella fresca y soleada mañana de Mayo para que una ramera travestida y un excamello exacerbado cruzasen sus amplias puertas en ese destartalado coche y con semejante decisión. Contempló como el vehículo fue dejado en uno de los parkings más recónditos y menos concurridos de los que ella poseía, reservados exclusivamente para cuando la afluencia de automóviles era tan alta que no había más remedio que asentar el transporte en ese sitio, para luego caminar bastantes metros hasta alguna de las facultades. Estos aparcamientos se encontraban en un punto estratégico, pues aunque distantes de todas los edificios, mantenían siempre la misma distancia prudencial de unos 100 metros a pié entre ellas. La facultad donde nos dirigíamos Mónica y yo no era distinta en ese aspecto, aunque sí en su estructura y ornamentación. Su fachada se componía de grandes bloques de piedra lisa y grisácea, que se oscurecía notablemente los días de lluvia a causa de la absorción de aguas. Las puertas, ventanas, ventanales y barandillas estaban todas pintadas de negro. El sol entraba a radiales por sus cristales excepto en la parte interior del cuadrado que componía la facultad de Psicología y Ciencias de la Educación. Cada uno de los cuatros edificios que la componían actuaban como uno de los lados del cuadrado, siendo todos ellos igual de longitud, mas el principal – el A – era dispar en anchura y altura ya que albergaba el hall, la recepción, administración, el aula magna, la biblioteca y las estancias educativas más grandes del colegio. Cada una de las edificaciones del marco contaba con tres plantas, la baja inclusive, empero por alguna razón el edificio principal era el más alto de todos. En lo que respecta a la segunda planta, había una puerta de emergencia para incendios que llevaba directamente a unas escaleras caracoladas y herrumbrosas, y en la parte superior de estas escaleras se tenía acceso no tan solo al tejado del edificio, que era un balcón repleto de tuberías y motores de aire acondicionado y otros mecanismos de los que desconozco su función, sino también a una repisa, situada algo más baja que el tejado, de unos 2 metros de ancho que recorría el edificio por toda su longitud en la parte interior de cuadrilátero. Esta se encontraba a la altura de los ventanales del segundo piso, que dicho sea de paso, estaba reservado para la ubicación de despachos y algunos laboratorios, siendo estos últimos muy escasos. Efectivamente, desde esa repisa se podía ver lo que acaecía dentro de los despachos con relativa tranquilidad, pues las ventanas estaban muy altas y el ocupante de la estancia tenía que levantar su mirada expresamente.

Nos dirigimos hacia el edificio descrito. Jamás había visto a Mónica envuelta tanta belleza y feminidad, esa beldad lasciva iba unos pocos metros delante de mi, con un insinuante y natural movimiento de caderas acompasado por la música que causan los azotes de gatitas celosas en los rostros de sus babeantes novios. Tenía un corto trajecito de verano ligeramente anaranjado, muy ceñido a su cuerpo, sus cabellos lacios y sueltos bailaban al son de la brisa con la que nos obsequiaba el diáfano y reverberante mar que estaba a pocos kilómetros de la Universidad. Mónica no precisaba de tacones, pues era bastante alta, debería medir 1,80 o tal vez más, en su lugar llevaba unos zapatos que por poco dejan su pie completamente desnudo. En definitiva, iba discreta para como solía vestirse, sin embargo desapercibida no pasaba, pues su belleza no era desdeñable. Yo iba detrás suya, ya que habíamos establecido un plan para no levantar sospechas en el caso de que D. nos viese. Debo decir que desde que salí de mi casa, en todo ese día no percibí la mirada impertinente de D. en mis espaldas, debía estar ocupado en su despacho o con alguna clase, lo cual era un alivio ya que eso quería decir que tenía plena libertad para moverme y acercarme cada vez más a mi objetivo.

En el centro del cuadrilatero que formaba la facultad de Psicología y Ciencias de la educación había unos jardines con estrechos senderos de piedra que permitían moverse entre los sauces y encinas que sombreaban los pasos. El césped abundante, verde y bien cuidado empezaba ya a devorar la piedra de los caminos. Era muy común ver en ese jardín a los estudiantes estudiar en alguno de los bancos que había en algunas de los amplios círculos de piedra ornamentados con fuentes en que desembocaban las vías. En ese jardín, Mónica debía de sentarse sobre uno de esos bancos, esperar a que adelantase unos metros sobre ella y entonces iniciar la marcha. Todo ese teatro era una mera medida de precaución para no ver gente recelosa de ver a un tipo con las pintas que yo llevaba detrás de semejante preciosidad. Mi indumentaria no pasaba precisamente desapercibida. Camisa blanca como el lienzo, pantalones azul marino largos y una gorra del mismo color que los pantalones, mientras que en las manos iba turnándome una deteriorada y muy utilizada caja de herramientas donde se escondía la minúscula cámara. Ese atavío me lo facilitó Mónica, Dios sabrá que perversas fantasías habría satisfecho con ese traje. El único problema es que me quedaba todo un poco grande, sin embargo podía moverme con gracia y sin levantar sospechas.

Toda esa parafernalia surgió según lo planeado, sin ningún percance. A veces resulta gratificante contemplar como uno se va acercando a su objetivo y, ya será por vanidad o confianza, augura que lo ulterior va a tener el mismo color.

Llegados dentro del edificio donde se hallaba el despacho de D., guié a Mónica, siempre adelantado unos pocos pasos sobre ella por si nos cruzábamos con el susodicho, que dicho sea de paso no sucedió. La estratagema consistía en lo siguiente, mientras ella esperaba fuera del despacho de D., yo iría a la repisa que he descrito más arriba y desde allí, junto al ventanal insertaría la mano con la cámara para poder grabar lo que ahí dentro sucediese. Yo me percataría del momento ya que se escucharía algo de trajín según me comentó Mónica. Naturalmente sólo Mónica sabe lo que iba a hacer ella dentro y sobre todo, ella era la única conocedora de porque pensaba que pese a su “sorpresa” fuese a excitar a un hombre al cual no conocía en absoluto. Cuando me dirigía hacia la puerta de emergencia, me topé de cara con un antiguo compañero al cual tuve que atender durante algunos minutos, de seguro que apercibía mi nerviosismo e impaciencia por terminar lo antes posible con las fruslerías que estábamos conversando, así que sin preguntarme el porqué de tanto desespero, optó por seguir por su camino. Me cercioré de que no me siguiese en un alarde de curiosidad; cuando estuve aseverado de que así era, comencé a subir las escaleras de emergencia. Ya encaramado en la repisa, busqué la ventana pues no sabía a ciencia cierta de cual se trataba tanto más cuanto que estaba en las intermedias. Después de otear algunos despachos sin éxito, cual fue mi sorpresa al encontrarme a Mónica apoyada en al puerta, con su arma enarbolada y al deplorable de D. realizando una felación. ¡Que grande Mónica! Esa chica era capaz de cualquier cosa y desde luego era sabia conocedora de los hombres. Parecía que D. estaba gozando como un niño con un caramelo. Ahora me tocaba a mí, tenía que ser raudo pues no era seguro cuanto durarían en esa posición, la morbosa de Mónica había elegido el lugar más idóneo para llevar a cabo la grabación. El problema era la perspectiva para la cámara, si quería tomar un buen ángulo tenía que meter la mano por una estrecha apertura en la ventana que aireaba el despacho de D. Metí la cámara por la rendija y comenzó la grabación, parecía que todo marchaba viento en popa, sin embargo estaba viendo a una de las mujeres que consideraba más atractivas en plena acción y lo digo sin miramientos, sin remilgos, para mí los travestis siempre han sido la quintaesencia sexual. Tuve una erección, pero no una erección cualquiera, sino una erección imparable, como si fuese un tsunami arrollando mis momentos lúcidos y no tuve más remedio que comenzar tocar mis partes íntimas y paulatinamente fue aumentando de tono, hasta que me comencé a masturbar convulsivamente. En ese arrebato tuve una pérdida de equilibrio, me apoyé en la ventana y el cristal se hizo añicos, dando como resultado mi caída dentro del despacho de D. y un desmayo.

No volví a saber nada más de Mónica, tampoco de N. pero sí de D.. Entre estas paredes blancas y acolchadas todo lo que me queda es mi soledad y su mirada.

FIN