sábado, 29 de noviembre de 2008

A la italiana.

No hará ni dos meses que quedé con un colega del trabajo, del cual me despidieron en este estío, para tomar unas copas en alguno de los bares nocturnos situados en corazón del puerto. No es que sean esos bares santo de mi devoción, están poco concurridos ya por Octubre, y no hacen más que evocar el verano ya expirado, y su calor a veces sofocante, y sus olas serenas, y sus chicharras y de rechinar imparable, y su brisa adormecedora, y sus bikinis de infarto y, en definitiva, esa incertidumbre que se obstina en recordarte que no has cumplido tus expectativas, que has dejado, una vez más, escapar 4 meses de tu vida, tiempo que no sabes si alguna vez precisarás o echarás de menos, pues yo al menos ya añoro los años de mi adolescencia; tiempos pasados, pasados son, sin embargo ¿quién no volvería atrás en el tiempo a azotarse una bofetada aleccionándose por los errores cometidos en el pasado y de los cuales aún se arrepiente? . Todavía en entretiempo y aun salpicado del chispeo de unas nubes caprichosas, en el preciso instante en que sale a la calle, podía uno ir más ligero de ropas.

Era poco más de medianoche cuando llegué al primer bar, poco importa lo que ahí sucedió, precisamente porque nada sucedió digno de mención, si no es digno de mención el discurrir de una hora, tiempo que aprovechamos para ponernos al día sobre nuestras vidas. Fue en el fugaz camino que distanciaba a ese bar del siguiente, donde obtuve las primeras informaciones de la italiana. Según me dijo M., se trataba de una chica de unos 28 años, de clase alta y de una belleza abrumadora, había venido para pasar unos días en Mallorca, a costa de un empresario inglés de unos 45 años que vive a cuerpo de rey con sus yates, sus mansiones, sus paseos en helicoptero, su degustación sibarita... En resumen, todo aquello que se pueden permitir los bolsillos rebosantes de billetes de 500 euros.

Nada más entrar en el segundo bar, pude comprobar que M. estaba en lo cierto, la italiana estaba de muy buen ver según la moda, si bien coincidí en opinión con dos tipos- que conocía someramente de mis escapadas del verano por estos garitos- en que era muy poco mujer y que sus principales bazas eran su rostro y su estilo. En otras palabras, que tenía muy poco donde tocar, aunque creo que puedo confirmar que cualquiera de ellos, si pudiesen, aprovecharían la ocasión de aliviarse entre sus escasas carnes. De primer golpe, si algo tenía de destacable era su indumentaria, lucía ropa informal, a saber: vaqueros, con camiseta blanca ajustada y zapatos de tacón blancos. Nada en especial desde luego, no obstante se le denotaba cierta calidad en las prendas, algo así como discreción del derroche, además de que iba bien acicalada; tanto maquillaje lucía que hasta se le notaba, lo cual no hace honor a la utilidad del maquillaje.

Ni siquiera nos fue presentada, M. la conocía y ya sólo por eso creo que debería haber dado pie a entablar un contacto, aunque para charlar en inglés fuera, pues ella no entendía ni papa el castellano. La primera impresión no fue ingrata en cualquier caso, la chica parecía graciosilla, simpaticona, incluso sociable. Primeras impresiones, aquellas engañosas como ellas solas, no son de muchos fiar; mala cosa llevarse una buena imagen de primeras, pues luego puede decepcionar, mas aquel que da una nefasta imagen inicial, luego puede sorprender. A medida que el tiempo discurría con su lento andar provocado por un hastío inefable ante conversaciones tan vacuas como el consumo de hachís, mis miradas valorativas de soslayo que le clavaba a la italiana me causaban cada vez una mayor decepción. No sé si todo el mundo tiene esa percepción, mas hay personas a las que se le puede achacar prejuicio sin propio perjuicio, es decir cruelmente hacer una valoración injustificada, carente de todo argumento firme. Tal como digo, tal cual hice y debí dan bien en el blanco, según más tarde pude comprobar.

Avispado como él solo, M. se dedicó a pincharme con palabrejas y comentarios, siempre sobre la ostentosa y pretenciosa vestimenta de la italiana, que aunque discreta, se le veían unos brillos sospechosos. Pues bien, la bella muchacha, capaz de endurecer los solomillos más amojamados, tenía pendiendo de su cuello un colgante que según le dijo a M. estaba valorado en más de 500 euros. Era de una empresa de pedrería italiana, y que no se me pregunte de cual era, que soy completo ignorante en esos aspectos. Pero no tan sólo era eso, sino que además, y de la misma empresa, llevaba su pulsera y por añadidura un cinturón, que superaba con creces a todos los demás precios. Pude ver una mirada cargada de encono contra mi persona por esos ojos marrones y esa narizota tan clásica de su península. Era sin duda debido a que el muy taimado de M. primero me hablaba a mí y luego le integorraba a ella, vamos que la chica estaría viendo un interés de mi parte por el precio de sus joyas, quizás sospechaba de que le pudiera arramblar alguna, aunque también supongo que le traía sin cuidado. Mantener una conversación con ella era ya pedir peras al olmo.

Nos movimos. Mi antigua jefa se me agarró del brazo y fuimos conversando hasta el siguiente antro, plagado de maricas, cocainómanos, putas y gentuza de todo jaez. Me pedí una cerveza a la que fui invitado por el ricachón (Oh sí) y pude comprobar como mi antigua jefa se fijaba y hacía un comentario alabador sobre el calzado de la italiana. Yo la verdad no tengo ni idea de zapatos, si llega a llevar unas vans tal vez me hubieran llamado más la atención, sin embargo son las mujeres más perspicaces en ese aspecto, que bien sé yo que su famoso instinto femenino va por esos derroteros tan superficiales como absurdos. Naturalmente me picó la curiosidad y tenía que informarme, mediante mi intermediario, del precio de los blancos zapatos de tacón, y así fue, 1500 euros. Pero vino acompañado por una arenga capciosa por parte de la chica, y encima en inglés. Por lo visto es de mala educación preguntar por el precio de la vestimenta, ahora bien, preguntele a un indigente por el precio de su ropa y compruebe si se molesta o no; mal ejemplo, el indigente a pesar de que sabe hablar, de que no delinque, de que hace su vida del modo que le ha dado la gana y de que no molesta más que ocupando algún banco, no tiene ninguna educación, tiene más educación aquel que se ve importunado por una pregunta tan indiscreta como el precio de sus zapatos, vease aquí, la italiana. Y su discurso fue capcioso, pues en un primer momentó no eché cuentas de lo que realmente suponía (ya iba algo ebrio), fue sin más, ni más: "Yo desnuda soy igual que tú, soy una persona igual que tú si estando sin ropa delante del espejo" y toda esa retahíla clásica de los cuentos de niños ricos. En otras palabras, nuestra tan bien instruida italiana, con su honor, honra, cortesía, deferencia, formas y valores, estaba sugiriendo que desnuda era igual que tú, lector, o que yo, sin embargo vestida, no debía de serlo, o al menos eso se piensa ella, debe ser que una persona vestida de Gucci es más... o menos... ¿Se le ocurre a alguien algo distinto a insertar en los puntos suspensivos algo excepto adjetivos o sustantivos del tipo pretenciosa, prepotente, superficial, despilfarradora, estúpida o imbécil para el más o del género humana, inteligente, moralista, filósofa, profunda para el menos? A mí no, pero también me parece realmente lamentable esa actitud y es probable que quien no me comprenda, sea capaz de insertar otros adjetivos del tipo "más rica" o "menos envidiosa". Pero no estoy yo aquí tratando de envidias, yo no envidio eso, no va por ahí mi camino y hace tiempo que lo tengo más que asimilado y bien contento que estoy de ello, que sí, que debe estar muy bien viajar día tras día en tu yate, recorriendo el mediterraneo, pescando en alta mar, contemplar los acantilados de Grecia y fornicar con tías distintas cada semana, pero a costa de qué. Hete aquí la cuestión. Y como no voy a ser yo el que lo diga, que sino un prolijo texto me quedaría, lo dejo para que se reflexione.

miércoles, 19 de noviembre de 2008

Amado teléfono.

Estaba viendo el final de una buena película de acción en casa de un colega cuando fui importunado por uno de los habitantes, y su "amiga", enzarzados en una apasionante discusión. La verdad, no me importó demasiado, el final estaba siendo demasiado feliz y me pareció más interesante el comprobar sus desavenencias que lamentar como el bueno se sale con la suya. Versaba el dilema sobre la diferencia entre que te saquen una muela y que te maten un nervio. Pero no es que hubiese discrepancias sobre el precio, número de sesiones o que dentista es mejor que otro. No. Uno abogaba por el hecho de que le habían sacado una muela, y por lo tanto le habían matado el nervio, mientras la otra alegaba que el nervio no se lo habían matado, que no podía decir que se lo habían matado, sólo le habían sacado una muela. Así llevaban este dúo - no les llamaré pareja, soy demasiado pusilánime para mojarme - más de 10 minutos divagando sobre el tema, cuando creí necesario poner pies en polvorosa. Estaban evidentemente echándome para hacer Dios sabe qué (follar, espero). Sino ¿quién y para qué iban a mantener una discusión tan exenta de sentido y estulta? Era innecesario, desde luego, recurrir a semejante ardid, tanto más cuanto que cuando la película llegara a su fin, yo había hecho planes de largarme; y aun así cuando cerré la puerta de su piso tras mis pasos, parecían continuar porfiando en favor uno de la acción y la otra en un correcto uso del lenguaje, aunque no se percatasen.

Llegué a la calle y estaba diluviando, mas no podía volver atrás, probablemente esos dos cenutrios estarían ya manos a la obra y no era plan de interrumpir su romántica velada por eludir un resfriado y ropa mojada. Así que tal como llovía me puse en marcha. Tardé poco en llegar a mi casa, aunque lo suficiente para llegar empapado. Haré aquí un inciso sobre la técnica de andar y no correr pues es sumamente efectiva: aparte de que te mojas menos, no llegas jadeando y exhausto como un burro viejo con demasiada carga y camino. Orgulloso de no haber corrido, me puse el brasero y en su calor y a la luz de una lámpara de pie abrí las páginas de un libro y durante 20 minutos estuve sumergido en sus páginas. Eran ya casi las dos de la madrugada, le faltarían 15 minutos, cuando una gazuza comenzó a llamar mi atención. Me preparé unos sandwichs de queso y jamón york y mientras me los comía, encendí el televisor. Entre toda la programación asombrosa que se puede uno hallar a esas horas de la madrugada, hice una minuciosa selección y me quedé viendo Gran Hermano. Pude confirmar su afirmación categórica de que se trata de un experimento sociológico, aunque con tal cantidad de variables nos iremos a la tumba antes que ver una versión útil. Esta vez, y me imagino que para reafirmarse como un experimento de índole científica, han metido una chica que padece enanismo y una señora de unos 60 o 70 años, esas dos junto a esos jóvenes guaperas que se ponen a llorar desconsolada y plañideramente cuando sale alguien de la casa, provoca desde luego situaciones que se podrían tildar de científicas. Sin embargo, a pesar de que era consciente de que estaba recibiendo unos datos de gran relevancia y contribución a la resolución de los puzles de las ciencias sociales, me sentía como si estuviese viendo forzadamente pornografía homosexual, como viendo una aberración televisiva, pero terminó justo cuando estaban cruzando por mi mente ideas homicidas y suicidas. Eran casi las 2, entonces comenzó lo más grandioso que he visto en mucho tiempo, a saber: "Noche de Suerte".

Sin publicidad entre programa y programa, comenzó este extraordinario concurso ¡Oh, que perspicacia estos de la televisión! Naturalmente lo hacen para que el crítico e inteligente espectador de Gran Hermano sopese la posibilidad de llevarse un pellizquito. Son viejos zorros, no iban a dirigirse a tontos que se piensan que es imposible llevarse tanto dinero por una llamada, que eso es una estafa y demás falacias. Por supuesto, debemos discriminar los que lo piensan de los que lo dicen: los que lo piensan son tontos, los que lo dicen lo hacen para tener más posibilidades de ganar. Ese debe ser el espectador inteligente. Yo os sugiero que no llaméis, que es imposible llevarse tanto dinero, que eso es una estafa, etcétera.
El plató sobre el que se desarrolla el concurso evoca a las máquinas tragaperras, o más bien dicho el juego. Luces móviles de llamativos colores, pantallas con letras que lucen suculentas frases, un teléfono de los años de María Castaña con una luz roja parpadeante, una cinta, como la de las grandes superficies de alimentación, cargada de billetes cuyo avance provoca que se vayan acumulando cantidades ingentes de dinero en un recipiente transparente y, finalmente, una pizarra donde la presentadora iba realizando la tarea de apuntar las soluciones ya resueltas. Me pareció curioso que entre tanto despliegue electrónico, en lugar de poner un panel, lo hiciesen con una pizarra, sin duda era una estrategia para captar la atención, o tan sólo para fastidiar a la presentadora, yo me quedo con la segunda. La presentadora ¿Qué decir? Sobra decir que está buena y que es de ese tipo de mujeres que con una mirada es capaz de mover montañas, yo creo que no soportaría su mirada más de 5 segundos y lo digo bien en serio. Pero lo que no soportaría es pasar un día entero con ella sin sexo, además de que es una embustera, no para, habla, habla y habla, se repite, redunda y sigue sin parar. En cambio si fuese: no para, folla, folla y folla, vuelta atrás, por el mismo sitio y sigue sin parar. En ese caso otro gallo cantaría (aunque tendría que hacérselo en la postura del perrito ¡Qué yo no aguanto esa mirada!)

En primer lugar, creo que es preciso realizar una descripción pormenorizada de los fundamentos del concurso. Se trata de encontrar una palabra con las siguientes letras ILOMNEOR. En total se obtienen 3 palabras si se utilizan todos los caracteres. MOLINERO, LIMONERO, REMOLINO con premios de 1000, 2xxx y 10.100 euros, respectivamente. Ese orden, por supuesto, puede verse trastocado por el concursante que opta por decir otra palabra. Pero surgió por ese orden. Sí, ya sé que la palabra REMOLINO se nos puede trabar y no salir, y ahí es donde entra el juego. Las dos primeras palabras se ven de un simple vistazo, no obstante la tercera cuesta un poco más, el concurso discurrió en pro a eso. Las dos palabras se resolvieron con relativa facilidad y velocidad (unos 20 minutos), ahora bien la tercera se tiraron como 40 minutos dándole vueltas. Pero claro, eso mientras más pase el tiempo, más dinero cae de la cinta, la cual avanza en unas ocasiones bajo la hipnótica voz de la presentadora y en otras por una mano mágica antojadiza. En total se acumularon ni más ni menos que 10.100 euros, por llamar y decir la palabra REMOLINO. Sin embargo, hay que tener en cuenta que el espectador de esas horas de la madrugada y que acaba de ver gran hermano ha recibido demasiada información, su cerebro ha trabajado sobremanera y posiblemente se sienta algo hastiado por los ingentes esfuerzos. Por lo tanto, no se le pueden pedir peras al olmo, debemos colegir que ese espectador tardará un poco en obtener una solución, pero al final sabemos que lo hará.
Creo que la cosa comenzó con unos 2.000 euros e iba acrecentándose gradualmente a medida que pasaba el tiempo. Ahora, yo pienso que se podrían ahorrar toda esa parafernalia, que no es menester pasar tiempo dando posibilidades a que se llame, cuando cualquier persona que haya visto el programa dos veces sabe hasta qué hora dura y las cantidades con las que se suele finalizar. Pero claro sino diesen lugar a que se llamase a medida de que aumenta la cantidad y con ello la esperanza del espectador (en el paro, solitario y/o fracasado, según cada caso) de salir de su bache y comenzar una nueva vida, una nueva vida feliz. Ahora, con esos 10.000 euros la crisis no sería crisis o podría vivir durante un año humildemente del cuento o igual encuentra una mujer a la cual le puede ofrecer una cena decente o ya se podrá comprar aquel maquillaje tan caro o ¿Por qué no? Se podrá poner unas tetas descomunales donde uno se pierde entre piel estirada por la silicona. (Si hay alguna chica que haya hecho esto último, que sepa que aquí tiene un pretendiente), sino diesen lugar a estos dos factores, no habría tantas llamadas y en consecuencia no tanto dinero y nuestras ilusiones habrían de ser menos exigentes, sino somos del todo ilusos. Dicho sea de paso, ¿es iluso quién llama a esos teléfonos? Según un tipo que se llevó uno de los premios pequeños, había llamado ya 6 ó 7 veces. No podemos saber si realmente miente o no, es muy posible que por vergüenza de si algún conocido le reconoce diga que “sólo” ha llamado 6 ó 7 veces y que luego realmente hayan sido 15 ó 20. Debe ser jodido que te reconozcan y más jodido debe ser dar explicaciones:
-¿Era el primera vez que llamabas?
-Sí, pero no veas que tuve que hacerlo 6 ó 7 veces. – miente el ganador.
-Bueno pero el primer día ¡Qué suerte! – contesta el compañero. Luego piensa “Pero que suerte”.
-Ya, pero como no te lo cojan pierdes mucho ¡Eh! – le alerta el ganador, consciente del dinero que ha perdido llamado en algunas noches de soledad y sopor.
“Hijo de puta” piensa el compañero “este lo que quiere es no tener competencia que fijo que esta noche llama como un condenado. ¡Pues va dao!”
-Sí, claro- contesta receloso el compañero y se va sin despedirse.
-¡Hum!

Me he estado preguntado que debe pasar por la cabeza del sujeto que llama a ese concurso, ¿Esperanza, corazonada, nada? Debo confesar que me vi tentado a llamar, sin embargo por pura dignidad me abstuve. Es que hay que verlo para poder afrontarlo, no todo el mundo es capaz, quizás muchos de los que no lo han visto es precisamente por cobardía a verse atraídos por la mirada de la presentadora, las luces y las frases “Más de 10.000 euros” o “El último concursante gana”. ¡El último concursante!, aunque también dijeron “El próximo concursante” sin especificar que era el próximo concursante cuya llamada sea atendida. Además, no carece de emoción, contaron como 4 veces el último minuto y sólo cuando voz autoritaria daba la orden, vendría a ser como el productor, el director o Dios sabe qué. Esa voz no era tan sólo autoritaria, sino que también comprensiva e inexplicablemente amable con el espectador, como si lo hiciese por hacer un favor y, sobretodo, como si el tiempo apremiase. Y la presentadora que no para de hablar ni en la cuenta atrás, pero con un tono más misterioso, más sosegado y encubierta en luces carmesí. Cuando termina la cuenta atrás, vuelve la cámara, los destellos, los resplandecientes paneles.
Pero lo que más me impresionó no fue que en esas cuentas atrás no llamase nadie, sino que cuando ya habían expirado dos (naturalmente entre cuenta y cuenta hay que tragarse la charlatanería de la presentadora, siempre diciendo lo mismo), van y ponen publicidad, so pretexto de que la última vez así hubo suerte. ¿Pero en serio hay gente que llama antes? ¿O después? Sí, admito que si te llevas el premio es una inestimable ayuda en estos tiempos que corren, aunque no creo que haya que fijarse tanto en el que gana como en el que pierde. Es como aquel que se droga y se consuela con que otro se droga más, viene siendo lo mismo.

Sintiéndolo muchísimo, tendré que hacer referencia a la presentadora, se merece un lugar especial. Era una embustera redomada. Hay una prueba fehaciente: dice que se le ha olvidado la palabra remolino y que encontrarla es difícil. O sea, primero comenta que se la sabe y luego dice que se le ha olvidado. ¿En serio cree que me trago eso? Ni por asomo. Pues no era astuta como para padecer semejante lapsus, prefiere quedar como tonta a reconocer la verdad y todo por buscar un vínculo con el amargado espectador, que sentado en su polvoriento sillón suelta las patatillas, coge el teléfono y marca el dichoso número. Pero es que debe ser tonta si se piensa que la gente pica por semejante estrategia. A mi parecer, tendrían que ir cambiando cada programa de presentadora, que fuese siempre una mujer seductora y que la motivación, además del dinero, fuese enseñar una teta o los pelos del chichi una vez se resuelve todo el panel. El caso estaría en la sugestión y la voluptuosidad, armas de mujer donde las haya. No importaría que hablara tanto, con enseñar basta. Rectifico. No sería válido, eso supondría que muchas mujeres dejasen de ver el programa y eso, irremisiblemente, conllevaría a una disminución de las llamadas intolerable. Aunque quizás habría más hombres que llamarían. No sé, mejor dejamos que lo dispongan los de Gran Hermano, que esos sí que son buenos con los experimentos sociológicos.

La verdad, se podría criticar este programa, pero paso de hacerlo, me da pereza, o al menos hacerlo más. Además que cualquier persona con un mínimo de inteligencia no llamará, o si lo hace no será más de una vez en el momento oportuno. Lo que me parece preocupante es la proliferación de este género de concursos, que aunque soy consciente de que tienen el fin de recaudar todo cuanto sea posible, ya dejan de lado todo lo que es el espíritu de concurso y de competición, todo al mero azar. Pero más preocupante considero es que si esos programas se mantienen en antena –aunque sea a horas desorbitadas y barateras- significa que las llamadas son una realidad, es decir que hay gente que llama. Eso sí que es criticable, esa gente que derrocha su dinero en esas porquerías y luego lamenta su infortunio o exige más. Esa gente, es la que realmente me preocupa. Pero eso ya es harina de otro costal.

jueves, 7 de agosto de 2008

La universidad amaneció sosegada, desde sus ventanales observaba el movimiento que comenzaba a darse. Su magín, en constante creación de ideas y ciencia, debía preguntarse sobre que acontecería aquella fresca y soleada mañana de Mayo para que una ramera travestida y un excamello exacerbado cruzasen sus amplias puertas en ese destartalado coche y con semejante decisión. Contempló como el vehículo fue dejado en uno de los parkings más recónditos y menos concurridos de los que ella poseía, reservados exclusivamente para cuando la afluencia de automóviles era tan alta que no había más remedio que asentar el transporte en ese sitio, para luego caminar bastantes metros hasta alguna de las facultades. Estos aparcamientos se encontraban en un punto estratégico, pues aunque distantes de todas los edificios, mantenían siempre la misma distancia prudencial de unos 100 metros a pié entre ellas. La facultad donde nos dirigíamos Mónica y yo no era distinta en ese aspecto, aunque sí en su estructura y ornamentación. Su fachada se componía de grandes bloques de piedra lisa y grisácea, que se oscurecía notablemente los días de lluvia a causa de la absorción de aguas. Las puertas, ventanas, ventanales y barandillas estaban todas pintadas de negro. El sol entraba a radiales por sus cristales excepto en la parte interior del cuadrado que componía la facultad de Psicología y Ciencias de la Educación. Cada uno de los cuatros edificios que la componían actuaban como uno de los lados del cuadrado, siendo todos ellos igual de longitud, mas el principal – el A – era dispar en anchura y altura ya que albergaba el hall, la recepción, administración, el aula magna, la biblioteca y las estancias educativas más grandes del colegio. Cada una de las edificaciones del marco contaba con tres plantas, la baja inclusive, empero por alguna razón el edificio principal era el más alto de todos. En lo que respecta a la segunda planta, había una puerta de emergencia para incendios que llevaba directamente a unas escaleras caracoladas y herrumbrosas, y en la parte superior de estas escaleras se tenía acceso no tan solo al tejado del edificio, que era un balcón repleto de tuberías y motores de aire acondicionado y otros mecanismos de los que desconozco su función, sino también a una repisa, situada algo más baja que el tejado, de unos 2 metros de ancho que recorría el edificio por toda su longitud en la parte interior de cuadrilátero. Esta se encontraba a la altura de los ventanales del segundo piso, que dicho sea de paso, estaba reservado para la ubicación de despachos y algunos laboratorios, siendo estos últimos muy escasos. Efectivamente, desde esa repisa se podía ver lo que acaecía dentro de los despachos con relativa tranquilidad, pues las ventanas estaban muy altas y el ocupante de la estancia tenía que levantar su mirada expresamente.

Nos dirigimos hacia el edificio descrito. Jamás había visto a Mónica envuelta tanta belleza y feminidad, esa beldad lasciva iba unos pocos metros delante de mi, con un insinuante y natural movimiento de caderas acompasado por la música que causan los azotes de gatitas celosas en los rostros de sus babeantes novios. Tenía un corto trajecito de verano ligeramente anaranjado, muy ceñido a su cuerpo, sus cabellos lacios y sueltos bailaban al son de la brisa con la que nos obsequiaba el diáfano y reverberante mar que estaba a pocos kilómetros de la Universidad. Mónica no precisaba de tacones, pues era bastante alta, debería medir 1,80 o tal vez más, en su lugar llevaba unos zapatos que por poco dejan su pie completamente desnudo. En definitiva, iba discreta para como solía vestirse, sin embargo desapercibida no pasaba, pues su belleza no era desdeñable. Yo iba detrás suya, ya que habíamos establecido un plan para no levantar sospechas en el caso de que D. nos viese. Debo decir que desde que salí de mi casa, en todo ese día no percibí la mirada impertinente de D. en mis espaldas, debía estar ocupado en su despacho o con alguna clase, lo cual era un alivio ya que eso quería decir que tenía plena libertad para moverme y acercarme cada vez más a mi objetivo.

En el centro del cuadrilatero que formaba la facultad de Psicología y Ciencias de la educación había unos jardines con estrechos senderos de piedra que permitían moverse entre los sauces y encinas que sombreaban los pasos. El césped abundante, verde y bien cuidado empezaba ya a devorar la piedra de los caminos. Era muy común ver en ese jardín a los estudiantes estudiar en alguno de los bancos que había en algunas de los amplios círculos de piedra ornamentados con fuentes en que desembocaban las vías. En ese jardín, Mónica debía de sentarse sobre uno de esos bancos, esperar a que adelantase unos metros sobre ella y entonces iniciar la marcha. Todo ese teatro era una mera medida de precaución para no ver gente recelosa de ver a un tipo con las pintas que yo llevaba detrás de semejante preciosidad. Mi indumentaria no pasaba precisamente desapercibida. Camisa blanca como el lienzo, pantalones azul marino largos y una gorra del mismo color que los pantalones, mientras que en las manos iba turnándome una deteriorada y muy utilizada caja de herramientas donde se escondía la minúscula cámara. Ese atavío me lo facilitó Mónica, Dios sabrá que perversas fantasías habría satisfecho con ese traje. El único problema es que me quedaba todo un poco grande, sin embargo podía moverme con gracia y sin levantar sospechas.

Toda esa parafernalia surgió según lo planeado, sin ningún percance. A veces resulta gratificante contemplar como uno se va acercando a su objetivo y, ya será por vanidad o confianza, augura que lo ulterior va a tener el mismo color.

Llegados dentro del edificio donde se hallaba el despacho de D., guié a Mónica, siempre adelantado unos pocos pasos sobre ella por si nos cruzábamos con el susodicho, que dicho sea de paso no sucedió. La estratagema consistía en lo siguiente, mientras ella esperaba fuera del despacho de D., yo iría a la repisa que he descrito más arriba y desde allí, junto al ventanal insertaría la mano con la cámara para poder grabar lo que ahí dentro sucediese. Yo me percataría del momento ya que se escucharía algo de trajín según me comentó Mónica. Naturalmente sólo Mónica sabe lo que iba a hacer ella dentro y sobre todo, ella era la única conocedora de porque pensaba que pese a su “sorpresa” fuese a excitar a un hombre al cual no conocía en absoluto. Cuando me dirigía hacia la puerta de emergencia, me topé de cara con un antiguo compañero al cual tuve que atender durante algunos minutos, de seguro que apercibía mi nerviosismo e impaciencia por terminar lo antes posible con las fruslerías que estábamos conversando, así que sin preguntarme el porqué de tanto desespero, optó por seguir por su camino. Me cercioré de que no me siguiese en un alarde de curiosidad; cuando estuve aseverado de que así era, comencé a subir las escaleras de emergencia. Ya encaramado en la repisa, busqué la ventana pues no sabía a ciencia cierta de cual se trataba tanto más cuanto que estaba en las intermedias. Después de otear algunos despachos sin éxito, cual fue mi sorpresa al encontrarme a Mónica apoyada en al puerta, con su arma enarbolada y al deplorable de D. realizando una felación. ¡Que grande Mónica! Esa chica era capaz de cualquier cosa y desde luego era sabia conocedora de los hombres. Parecía que D. estaba gozando como un niño con un caramelo. Ahora me tocaba a mí, tenía que ser raudo pues no era seguro cuanto durarían en esa posición, la morbosa de Mónica había elegido el lugar más idóneo para llevar a cabo la grabación. El problema era la perspectiva para la cámara, si quería tomar un buen ángulo tenía que meter la mano por una estrecha apertura en la ventana que aireaba el despacho de D. Metí la cámara por la rendija y comenzó la grabación, parecía que todo marchaba viento en popa, sin embargo estaba viendo a una de las mujeres que consideraba más atractivas en plena acción y lo digo sin miramientos, sin remilgos, para mí los travestis siempre han sido la quintaesencia sexual. Tuve una erección, pero no una erección cualquiera, sino una erección imparable, como si fuese un tsunami arrollando mis momentos lúcidos y no tuve más remedio que comenzar tocar mis partes íntimas y paulatinamente fue aumentando de tono, hasta que me comencé a masturbar convulsivamente. En ese arrebato tuve una pérdida de equilibrio, me apoyé en la ventana y el cristal se hizo añicos, dando como resultado mi caída dentro del despacho de D. y un desmayo.

No volví a saber nada más de Mónica, tampoco de N. pero sí de D.. Entre estas paredes blancas y acolchadas todo lo que me queda es mi soledad y su mirada.

FIN




viernes, 6 de junio de 2008

El fantasma de J. 5

Estar subyugado por la exasperación y tomar decisiones para remitirla da lugar a resoluciones extremas, aunque no por ello pueden parecerlo para los demás. Carece de todo fundamento pensar lo contrario, cuando la desesperación está exprimiendo el cuello, cuando los senderos son lúgubres y cuando parece que no hay vía más efectiva y perspicaz que la determinada, indudablemente se ciega el alma y el corazón se contrae; y mientras no haya sido el ardid llevado a término, no se encontrará la anhelada calma. De antemano, parece que el plan, o la cavilada solución, sea una obra maestra que irremisiblemente vaya a obtener resultados espléndidos, luego visto ya con ojos manejados por el temple asimila más un abigarrado conjunto de despropósitos que la perfección profetizada. Mas no tan sólo se queda ahí, sino que por añadidura tiene resultados bipolares, extremos.

Estaba en una cuerda delicada, seguir hacia delante se antojaba el camino más abrupto, o caía en una cama o me daba de bruces contra el suelo, pero seguir hacia delante sin poner cartas en el asunto hubiese sido el mayor de los errores. A los pocos días de haber urdido la estrategia a seguir para detener la angustia que me embriagaba la mente y me agotaba el cuerpo, decidí ponerme en marcha. El caso era complicado, cuanto menos no diáfano; y poner el motor en marcha nada más haberlo elucubrado no significaba otra cosa que acrecentar mis posibilidades de fracaso. Tenía, en primer lugar, que cerciorarme de que el despacho de D. seguía siendo el mismo. Aunque no la haya dicho dicho de antemano, D. era profesor, Doctor en psicología del desarrollo y daba un par de asignaturas a alumnos de psicología y psicopedagogía, además de toda la actividad intelectual que llevaba a cabo. Sin embargo, yo calculé que llevaría unas tres semanas de baja, o tal vez se habría dedicado a las actividades mínimas y pertinentes para salir del paso. En verdad no me preocupé en asegurarme sobre este factor, que ahora lo percibo como fundamental, mas las prisas y la ansiedad -añadiendo a esto la ineficacia del mono de la cocaína-, en cierto modo perturban la mente y ofuscan la razón. El caso es que de su ausencia ni me preocupé; él estaba hostigándome mediante un espionaje inexplicable, así que era en todo punto innecesario recabar información al respecto. Así, llamé a un amigo de la universidad y le pregunté la información deseada y, en efecto, el despacho continuaba siendo el mismo, por ende esa parte estaba más que resuelta. Naturalmente no podía aparecer por la Universidad previamente a la acción indeleble: si D. me veía buscando precisamente en su despacho, podría dar lugar a sospechas y era eso lo último que deseaba. En cualquier caso, la investigación al respecto fue útil ya que resultaron cambiadas todas las particularidades por influencia "femenina".

Fundamentalmente este primer paso suponía una mera información pues basaba mi ardid en algo más amplio aunque no sabría decir si enrevesado. El caso es que el primer de recabar información sobre su despacho y horarios no era más que tarea de espionaje, ya que naturalmente no iba a hacer una acción oprobiosa en un despacho donde sólo estaba él. Mas estas pesquisas luego resultaron esenciales. El detalle consistía en que en las horas en que D. tenía tutorías, bajo ninguna circunstancia podría saber mi paradero, por lo tanto no sabría que estaría tan cerca de la ignominia. Es consabido que los profesores son propensos a ir a al bar en esas horas cuando están desocupadas, y se toman sus cafés con otros doctores mientras mantienen charlas muchas veces poco relacionadas con el mundo cultural y más allegadas al mundo personal. Pues bien, en el momento en que D. se dirigiese hacia el bar comenzaría la maquinaria a ponerse en marcha. Por esos derroteros oscilaban mis ideas, justo hasta que se lo comuniqué a alguien que precisaba para llegar a buen puerto, Mónica.

Mónica era una prostituta que conocía gracias a mi vida disoluta y a mis tendencias concupiscentes, y con la cual fragüé una relación algo más amistosa que lo que implica el mero sexo cuando comencé mi venta de cocaína. Las prostitutas eran grandes clientes, yo infería que lo necesitaban para que su vida cundiese de un modo más asequible. Mas ésta no era una fulana como otra cualquiera, con preciosos y espesos cabellos rubios y lacios, labios prominentes, ojos grandes y negros y un rostro que me recordaba a una pirámide invertida, unas curvas de vértigo, piernas largas y esbeltas, pechos operados bien puestos y un pompis que incitaría hasta a los impotentes, con todo ello no era una cualquiera, porque era travesti e iré un poco más lejos, era irascible, furibunda y muy escandalosa amén de que conservaba una fuerza admirable a pesar de la delicadeza que inspiraba ya que era femenina como la que más. Una de las ventajas de Mónica era que conocía bien a esos hombres taciturnos, pues muchos de ellos eran clientes suyos, y si tenía un atributo era precisamente que, aunque en apariencia era mujer, queramos o no también era hombre, pues esa fue la naturaleza con que le dieron a luz; eso le ponía en superioridad con las mujeres. O eso creía ella al menos.

Pude encontrarla en las atmósferas humeantes y carmesí, bañada en la penumbra y la lujuria , oculta tras gruesas cortinas, exhalando una chillona fragancia a perfume barato, a corrupción y depravación, sentada en un sofá cansada y ensimismada, jugueteando con una pajita y ojo avizor de todo individuo que entraba en el local de alterne para travestis donde se guarecía esa beldad lasciva. Me senté a su lado y pude ver como trataba de seducirme con su mirada fogosa y sus labios protuberantes, agudizando cada una de sus facciones, causando que mi corazón palpitase con frenesí y que todas mis entrañas anhelasen su tacto y sus caricias. Con el bello de punta, totalmente enajenado y expectante de todos sus delicados movimientos, le hice una exposición algo superficial de la estratagema. El camarero llegó justo cuando estaba explicando los detalles más relevantes, rechacé de lleno tomar cualquier bebida, sin embargo ella consiguió que le invitase a un benjamín, le resultó tan fácil conseguirlo como darme un arrumaco y un beso de sus delicados y sonrosados labios. Engatusarla me fue casi tan sencillo como para ella obtener el cava, además del morbo que le suscitaba mi propuesta, la acción en sí misma, unos cuantos billetes por una artimaña absurda y avergonzante para D. le era más que divertido, le era complaciente y por supuesto beneficioso, aunque no sé el porqué le agradó tanto el oprobio sobre un profesor de universidad. Al contarle el propósito sus preciosos ojos brillaron con una reverberación maligna y cabría decir abyecta, lo cual enarboló mis esperanzas de éxito. Cuando le expuse el caso de D. y su gran percance con las relaciones femeninas, una sonrisa fatua se perfiló en sus excitantes labios y su voz tan aguda y suave pronunció un "Sí, déjamelo a mí" de un modo tan natural y atroz que estimuló mis pasiones y perturbó mi razón. Me encantaba esa mujer, al verla de esa índole y con esa vanidad y presuntuosidad tuve una erección, que duró justo hasta que ella se encargó de apaciguarla, siempre con su maestría y naturalmente aumentando las exigencias pecuniarias.

Y no hay nada como la facilidad de convencimiento de un hombre después de un rato de fruición sexual, la loca de Mónica consiguió, con besos gráciles y miradas insinuantes, que modificase algunas de las premisas del ardid, o más bien todo el entramado, siendo similar tan solo el oprobio para el pobre D. Quedamos a las 10 de la mañana de un miércoles, aunque teóricamente ella a esas horas está exhausta y perezosa por su horario laboral, aludió que le iba "Como dedo en culo" pues los martes por la noche los hombres no acudían en masa en busca de sus carnales servicios, por lo que podía irse a dormir algo más temprano. A mí me pareció perfecto, tanto más cuanto sabía que D. estaba en la Universidad miércoles y jueves, que eran los únicos días que tenía de descanso mi exhausta razón por la persecución sin tregua que hacía ese personaje sobre mí. Debo añadir que también me percaté de su acoso cuando fui a comentarle el plan a Mónica, a pesar de que intenté por todos los medios de que perdiese mi rastro: me transporté en taxi hasta un punto indefinido y sin ninguna relación con el punto final, de ahí cogí varios autobuses dentro de la línea ciudadana y entre callejuelas intrincadas y perdidas en las arterias de la urbe, a paso ligero y sin aminorar la marcha por futilidades, fui acercándome al local donde ejercía su oficio la buena de Mónica. Sin embargo, durante todo ese tiempo, y a pesar de mis ademanes de eludir su mirada cansina, noté como él estaba ahí. Al parecer, al local no tuvo el valor de entrar, demasiadas mujeres, aunque fuesen travestis, para tan poco hombre.

Ahora no era ya mi plan, sino la estratagema de Mónica, la cual me pareció más que brillante pero que por mi mente ni siquiera pasó. Por retorcida y ofensiva, era indudablemente impensable para mí. No es que fuese brillante, pero sí la panacea del agravio. No obstante acepté sin dilaciones, pues divagar sobre el asunto no llevaría más que al arrepentimiento. Así pues, me puse manos a la obra y adquirí los instrumentos que precisaba para el oprobio: una cámara de vídeo, los otros ya los tenía, éramos Mónica y yo. Y lo más curioso es que Mónica ni se preocupó en preguntar el porqué de la acción, lo cual me provocó una perspectiva más que inexpugnable.




jueves, 29 de mayo de 2008

El fantasma de J. 4

Rencor, inquina, odio... ¡Oh! que amargos sentimientos y pobre de aquel que por naderías se embarga de ellos. Menudencias, ¿Porqué complicar a nuestras neuronas? ¿Porqué adaptar a nuestras sinapsis a tomar el rencor como insignia, como estandarte?. No es más que mirar hacia atrás y dejar que nuestros corazones se empapen en odio y pensamientos viles, convirtiéndonos así en abyectos. ¿Tan difícil debe resultar olvidar unas simples palabras? Naturalmente, las acciones que tienen una repercusión sobre los demás, serán algo más que un ladrillo en ese edificio, serán cuanto menos los planos y, a partir de ahí, ya nos guían por donde se tiene que construir esa nueva casa. Por una acción, una simple acción, te pueden meter en el más profundo de los atolladeros, sin llegar a pensar que, al fin y al cabo, si tienen la capacidad de hacerlo y aunque sus vidas estén tomando algunas vías florecidas y soleadas por un fulgente sol de primavera, por maldad son capaces de interrumpir otros caminos. Bien y mal, ética y pecado, ¿Dónde estarán los límites? Complicado desde luego, ni la Santa Inquisición fue capaz de detener los crímenes, los delitos y los supuestos pecados, no lo encontraremos en libros de religión, ni en constituciones, tampoco en los políticos, poco tienen que decir ellos al respecto. ¿A quién escuchar, sino a nosotros mismos? Pero claro que, en según que individuo, escucharse a sí sería como escuchar al diablo. Lo más triste y decepcionante, es que esos personajes se escuchan, toman sus palabras como leyes estrictas y parece que su entorno no sea más que una casa de muñecas, la cual decoran a su antojo y si eso significa tener que aplastar a una muñeca, no dudo que lo harán. ¿Escucharnos a nosotros? Que Dios nos libre ¿Escuchar a los demás? Que Dios nos libre. Hay que empezar justo donde la razón termina, justo en el lugar en que entra juego eso llamado humanidad, en el punto exacto en que lo inverosímil pasa a ser algo así como normal y justo. Porque queramos o no, es ahí cuando pasamos a ser jueces, justicieros del hombre, que por hache o por be, está en nuestras manos que de una cara surja una lágrima nacida de la alegría o gestada por la tristeza. Y mientras, eso que llaman leyes de los hombres, esas legislaciones intrincadas y escabrosas cual agreste camino óvido que conduce a la cima de una montaña, no tienen nada que decir, nada que hacer. Se inclinan, pero no son Némesis, no pondrán la balanza en los conflictos de los hombres, nos meterán entre rejas por arramblar cualquier minucia a un empresario o por tener una palabra altisonante en un sitio y momento inadecuado o, con suerte, tan solo nos llevaremos un poco de sangre en nuestra camisa, lo cual no es un castigo demasiado fuerte, pero jamás nos pondrán un pozo para que nos reflejemos en él. Y mientras tanto, cuando todo parece que esté acabado, que el hombre se esté acercando más al ideal más robótico y más mecánico, todo se irá adormeciendo como un paciente anestesiado. Oremos al nuevo Dios ciencia para que no nos lleve demasiado lejos y nos haga olvidar que se puede sentir algo más allá de la venganza y la satisfacción. Quizás ha llegado el momento de pensar en algo más que en nosotros mismos y en la pantalla del ordenador.

Cada despertar era para mí un tormento, como si en cada uno de mis órganos hubiese un parásito alimentándose de sus secreciones, provocándome la más intensa de las dolencias. La congoja iba a la par que yo, me sentía víctima de sus largas y melancólicas garras y me arañaba con tanta pasión y fruición que las alegrías por divagar sobre mejores momentos eran totalmente inexistentes, hasta el punto de trocar en inexorables. Pero el despabilarme me recordaba además de que había estado jugando con fuego, que cada día desde los últimos meses estaba impregnado de riesgo innecesario exclusivamente aposentado en mi pereza. Los ánimos no mejoraban con el paso de las horas, tampoco con el paso de los días. Era consciente de que D. me estaba vigilando, que estaba al acecho quizá con una cámara de fotos o de vídeo. Además me sentía constantemente perseguido, durante todas las horas del día, pero no porque tuviese una extraña manía, sino porque me estaba observando, cabría decir que me estaba hostigando, rastreando como un perro que busca una liebre, pero esta liebre no estaba cometiendo ningún delito. Naturalmente, la tranquilidad y seguridad tendría que haber sido mi principal compañera, ya que no vendía y así no tenía de que preocuparme ¡Pero como para no preocuparse! Tener a un tipo dándome caza durante las 24 horas del día era indudablemente motivo de zozobra y de inquietud. Estar dándose la vuelta para comprobar si todavía está ahí y ver como unos pies se esconden detrás de una esquina... era más que razonable mi preocupación. Puede parecer sencillo de resolver: darse la vuelta y buscar al sujeto; mas no es tan fácil, siempre lograba eludir mis miradas como una rata escurridiza, siempre era sigiloso y era como si tuviese todo estudiado al milímetro para encontrar lugares donde guarecerse de mi curiosidad. Era en todo punto insoportable, insufrible, cada día iba a más, estaba completamente irascible y no quería charlar de nada con nadie, mis amigos vinieron alguna vez a mi casa pero ni siquiera me digné a abrir la puerta. Tenía continuos dolores de cabeza, cansancio físico, por la noche padecía insomnio lo cual acentuaba aún más mi malestar psíquico y físico y me alimentaba lo justo. Aun estuve algunos días sin consumir ningún tipo de droga, a riesgo de una posible redada y básicamente porque no podía ir a comprar teniendo a ese sujeto pegado a mi espalda. Ni por la mañana... ni oía ruidos, ni lo veía, pero sabía que cuando yo me levantaba él ya estaba preparado en el portal de mi casa aguardando mi salida; es más, también me imagino que así podía controlar quién entraba y quién salía de mi lar. Insostenible es la palabra que define la situación en que me encontraba, no podía salir de casa; tenía miedo, ya que una persona que está persiguiendo a otra durante las 24 horas del día sin duda puede cometer cualquier locura, un asesinato, una tortura o cualquier otra barrabasada. En definitiva, mi vida se había ido al carajo desde que ese hombre me vio haciendo lo que no tenía que haber hecho jamás.

Pasadas dos semanas, donde agoté todos los víveres, no tuve más remedio que ir a comprar algo para alimentarme, así que fui al supermercado. Estaba pavoroso de encontrarme con D. cara a cara, pero en verdad hubiese sido algo grande, una gran solución, sin embargo no se presentó la ocasión; una vez más esa lagartija conseguía esquivar todas mis tentativas y empeño en charlar, no había forma. D. estaba completamente loco, ese hombre se había vuelto loco y me había tomado a mi como diana. Efectivamente, nada más salir del portal, ya notaba su presencia detrás de mi, observando dónde iba, siguiendo cada uno de mis pasos ¡Cómo si su vida fuese a mejorar por ello! Y ahí seguía, no había manera de despegármelo; fui presto a por la comida. En la calle caía un sol sofocante, algunas bellas mujeres iban muy frescas de ropa, dignas de ser alabadas y contempladas cuanto menos, pero yo no podía pararme a entablar una conversación con una chica, tal y como me encontraba. Evitaba las miradas para no tener que saludar a nada ni a nadie. Me sentía vigilado no exclusivamente por D. sino por cualquier viandante con el que me cruzase, en verdad no sabía muy bien que aspecto podía tener, entre el síndrome de abstinencia, la pobre alimentación, sudores fríos y me imagino que alguna palidez, debía de parecer un muerto paseando por las calles de la ciudad. El ruido de los coches, el alboroto de las calles, el vaivén de personas, las motos, conversaciones insustanciales... todo era para mi algo difuso, como un mundo a parte, mi cognición iba por un lado y mi percepción por otro. Salir a la calle era un tormento del cual me había olvidado, todo parecía verse afectado por la mediocridad y la indiferencia, los transeúntes eran humanos vacuos y adocenados, empeñados en hacer su vida un hábito aburrido y agotador, embadurnado de algunas horas de fruición y deleite, de sexo y sonrisas bañadas por el alcohol. Sentí a una mujer reír con uan risa fuerte, notoria y divertida, se me antojó una hilaridad falsa y fútil, forzada por el cumplimiento ante un cumplido o una chanza incapaz. El sol caía con fuerza, desplomando sus rayos sobre mi coronilla, el olor a suciedad, a dióxido de carbono, a polvo... Algunos obreros empeñados en crear fortunas por un mísero sueldo para hombres que no piensan más que en acaudalar más y más, hasta que rebosen sus arcas. Notaba como me temblaban ligeramente las piernas, a pesar del bochorno iba con manga larga, contraído, con los brazos cruzados, tenía frío. Notaba un malestar general, mis piernas tiraban de mí como si fuese un carro. Sin embargo los músculos estaban tensos, firmes sobremanera, haciendo de mi andar un movimiento penoso y mecánico.

Compré algunos alimentos en el supermercado, pan, agua, refrescos, embutidos y algunos productos congelados, además de algo de papel higiénico... No me atreví a mirar a nadie, iba cabizbajo, triste, acongojado... La cajera evitó en todo momento un mínimo acercamiento, ni tan siquiera me saludó, ni tan siquiera me dio las gracias protocolarias plagadas de inanidad. Me volví a mi casa lo antes posible, sintiendo el aliento de D. a mis espaldas, incluso sospecho que entró en el supermercado, seguro que conjeturó que dentro podía llevar a cabo algún negocio. Llegué en mi casa y caí en el sofá muerto, angustiado y sollozando, esos 20 minutos había sido un tormento.

Ese día comprendí que la situación era ya inaguantable, que tenía que trabajar para mejorarla y que si dejaba el agua correr, rápido terminaría en un sepulcro. Como tenía algo de aprecio a mi vida, tomé la firme decisión de ir a verlo en su sitio de trabajo y ahí cubrirlo en oprobio e injurias, denigrarlo y si era necesario recurrir a la violencia... no tendría dudas en hacerlo. Hiciese lo que hiciese no iba a cometer algo que no fuese justo, incluso la muerte, ese sujeto no merecía tener un corazón palpitante, precisamente porque carecía de él.

Así, al día siguiente decidí ir a la Universidad y armar un escándalo, no sin antes beberme algunos güisquis con cola que me diesen algo de valor. Por fortuna, la venta de cocaína me había devengado grandes ingresos y tenía para vivir durante algún tiempo. Tenía un plan, había urdido una estrategia, pero no voy a anticipar acontecimientos.


(Continuará)

viernes, 16 de mayo de 2008

El fantasma de J. 3

Nota : Si se piensa leer entero, recomiendo empezar desde "El fantasma de J.", el cual está más abajo.

Las malas o buenas costumbres nacen según las circunstancias, más que por el propio individuo. Cuando empezamos a ver que algo nos da resultado, continuamos haciéndolo e incluso generalizamos esa tendencia dando por hecho que lo que ha tenido un fin deseable, lo seguirá teniendo. Claro está que cuando se da una circunstancia particular y extraña la costumbre se precipita sobre el acantilado; o se modifica o se está destinado a la perdición. El destino no existe, el destino nos lo creamos nosotros, otra cosa es que se den unos hechos que construyan determinados diques que no permitan al agua pasar, pero siempre estará en nuestra manos derruirlos, erosionarlos, derrumbarlos y dejar que el río siga su curso. Más complicado sería quedarse mirando el muro y echarse hacia atrás buscando nuevos surcos y vías de escape. De acuerdo, a veces puede ser algo inconsciente y que, sin darnos cuenta, nos choquemos irremisiblemente y busquemos soluciones que nos desvíen de nuestros propósitos al plazo más inmediato. La inmediatez es un gusto, un placer diría yo, el que nuestros objetivos se vean nutridos por las consecuencias más próximas nos causa que nuestras sangre fluya con más energía y limpia, que nuestro corazón palpite con más fuerza, que nuestra alma se sacie y que nuestra mente encuentre un descanso, al menos pasajero. Mas no hay que olvidar que esas recompensas tienden a tener precisamente solo consecuencias repentinas y muchas veces efímeras, como el que contempla el cielo nocturno y atisba una estrella fugaz, placentero y poco duradero. Los grandes propósitos requieren grandes obras o eso que llaman golpes de suerte, que al final no son más que la dependencia de la decisión de alguien en escalafones más altos dentro de una jerarquía determinada que no voy a establecer aquí. También se puede llegar a la cumbre por sus propios méritos y aún así caer de bruces, precisamente por esa sanguijuela que se sitúa por encima nuestra, que sonríe y que tiene tantas virtudes como un helecho. A ellos les da igual, porque continuarán llenando sus panzas.

Me acostumbré a andar con las medidas justas, pocas veces me había encontrado con contingencias en lo que a seguridad se refiere. A los policías que iban de paisano, se les reconocía a la legua, se pedían zumos, iban vestidos de forma que pretende disimular pero que no hace más que dar el cantazo y además nunca fueron solos. Por donde vagábamos el material y yo podía haber una redada y un par de golpes para escarmentar a algunos cabezas perdidas, al igual que había Dios sabrá que tipo de delator que nos prevenía. Estaba todo minuciosamente calculado para lugares de alto riesgo que, al fin y al cabo, eran a su vez los más susceptibles a ser violentamente investigados. Claro que un bar en la universidad donde hay una relativa libertad y donde las autoridades no acostumbran a plantar los pies previo aviso ¿Cómo iba yo a pensar que me podía topar con semejante contrariedad? En general, más que la seguridad me preocupaba la imagen, no quería parecer un camello de tres al cuarto, digamos que la gente ya te mira de otra forma, o eso creo porque en mi caso no llegué a verme en tal atolladero. Me tomé las cosas con calma y como una pluma que es arrastrada por los designios del viento dejé que la brisa guiase mi caminar. Acostumbrado a no tomar más que las medidas más protocolarias, dejando de lado las oportunas, sonreía a mi suerte, porque el problema estaba en que lo que hice fue depender de mi suerte, o sea de los sujetos que se mueven por el mundo, y eso tarde o temprano te azota, fuerte o suavemente, pero te azota. Me azotó.

Estaba relativamente intranquilo en las horas siguientes de la venta, porque era consciente de que D. me podría haber estado observando durante todo el tiempo, haberse percatado de la operación y haber determinado el barrunto acertado que, a su vez, era el más preocupante. Sin embargo estaba constantemente preguntándome si realmente el que me hubiese visto significaba también que se hubiese dado cuenta de qué hacía allí. Me cuestioné si hombre tan culto, preparado y prestigioso estaba observándome por puro gusto, mirándome con gesto odioso o si se había dado cuenta de todo el pésimo teatro que producimos. En verdad cuando noté su mirada fija en mis espaldas, me sentí como si hubiese dado un golpe a mi alma, sentí como si un bloque sólido y pesado hubiese llenado de súbito todas mis entrañas abriéndose paso. Cuando el comprador se fue tan tranquilo y satisfecho, con su suspiro y su sonrisa, fue como si se hubiese misteriosamente roto la burbuja de seguridad que me rodeaba; no por él, que poca autoridad le era supuesta, sino porque fue en ese justo instante cuando en mi mirada de soslayo reconocí a D. y los sudores y el malestar embargaron mi ser. El corazón me palpitaba con una fuerza sobrecogedora e incluso notaba el pulso temblar, notaba nerviosismo y miedo en mis andares y en mis formas, si hubiese tenido unas gafas me las hubiese empezado a poner y a quitar, si hubiese tenido un boli no hubiese parado de darle vueltas, pero me llevé la mano al cuello haciendo ademán de rascarme. Mi compañero, que por lo visto no apercibió nada de la acción, continuaba en su mesa y se mantenía enfrascado en los anuncios clasificados en un periódico de tintes poco ideológicos y muy partidistas. Definitivamente, no podía quedarme ahí por más tiempo, se delataba mi excitación y desasosiego sobremanera; me di cuenta, en primer lugar, porque a mi compañero le dije con acritud y desdén que me iba, que tenía prisa; y, en segundo lugar, es que antes de despedirme tan hoscamente había visto mi imagen pálida e inquieta rayana en el delirio, reflejada en una vitrina de chocolatinas que tenía un sucio y manoseado espejo, pareciéndome que un loco estaba mirándome mientras me suplicaba auxilio y soledad; consideré hacer caso al orate y su mirada lastimosa. Al llegar a mi casa me encontré con la soledad deseada, con 40 euros más y con un arrepentimiento y con una aflicción que recorría a la par que mi sangre todas mis venas. Un decaimiento físico y psíquico me invadía como si la muerte estuviese llamando a la puerta para viajar con un ser querido. Me aplomé en el sofá al ritmo de una piedra que se deja caer desde la mano, repasaba todos los momentos, cada uno de los momentos, como si mi vida fuese en ello. Si ese hombre me había visto, posiblemente rebosante de rencor y ansias de venganza por mi falta de respeto de tiempo atrás, si todavía quedaba un resquicio de inquina por mi desaire y agravio, si era él quien pretendía ser el juez y ejecutor de su misteriosa frase "Todos los errores se pagan" y si lo que yo cometí lo sentenció como uno de esos errores, entonces estaba perdido. Me tenía que poner manos a la obra; tenía que avisar a N. de que dejaba de vender por una temporada y luego intentar investigar por mi propia cuenta si ese hombre me había visto. En caliente no barajé muchas ideas y elegí a corto plazo la que me parecía más adecuada, si cortaba la venta me podía ver también envuelto en más problemas. No se puede dejar de vender así como así, normalmente eso supone que algo ha pasado y un estado personal poco apropiado puede dar lugar a sospechas de los pisos más altos, extrapolando así parte del miedo y desasosiego a los "jefes". Me encontraba en un dilema y pensé que tal vez lo mejor sería esperar a que las aguas turbias, que posiblemente estaban ofuscando mi razón, trocasen en corrientes mansas para tomar decisiones más acertadas antes de meter la pata sin remisión. Para ello y sin pensármelo demasiado consumí compulsivamente cocaína y alcohol solo en mi casa, me preparé el material, una copa de güiski que se vaciaba y volvía a llenar como si tuviese una una manguera que absorbe y otra que rellena, el estado de ánimo poco a poco se iba estabilizando pero en un nivel también de perturbación, algo enajenado por el estado psicológico débil, por el consumo excesivo de alcohol y alcaloide de forma conjunta, lo que me provocaba excitación, confianza, fatuidad y cierto valor para avanzar sin mirar atrás. Estaba continuamente dándole vueltas a si realmente me habría visto haciendo la mala arte y pensando las distintas variables que derivaban del desconcierto; de esas dispares características llegaba a conclusiones claramente instigadas por mi deseo de que su vista cortante tan solo hubiese sido una casualidad, un reproche por los viejos tiempos, el recuerdo de una cara conocida, envidia y celos por mi áspera y agraviante frase y otras posibilidades de lo más disparatadas e inverosímiles. A momentos me apretaba la cabeza con furia y odio por mi falta de precaución, por mi deje a la dicha de los motores de la vida. Aunque era posible que ese hombre no hubiese detectado y concluido cuales eran mis intenciones al hablar con ese chaval, no podía arriesgarme, tenía que dejar el asunto por una temporada, era demasiado arriesgado. Fuera de mí, colocado pero consciente de mis acciones, por costumbre más que por fortuna, juzgué óptimo llamar en ese momento a N. y decirle que tenía que iba a dejar de pasar una temporadita, que estaba un poco agobiado por tanta llamada y tanta presión. Pero claro, el problema radicaba en que lo más posible era que notase cierto temor y falsedad en mis palabras, sentía como si un hombre con su experiencia no sería capaz de escuchar a la legua el chirriar las bisagras de los postigos si significaba que le estaban mirando; un zorro viejo como ese, que lleva años no preocupándose en otra cosa que en cuidar su reputación dentro del entramado de las autoridades, era muy probable que comenzase a hacerme preguntas empujado por el recelo que causa alguien que, con unos ingresos importantes y una oportunidad como tuve yo- que fue como caída del cielo- deja de vender de un modo tan intransigente e inexplicable.

Así, con la certidumbre de que era el momento propicio para terminar con el dilema de raíz, lo que no hubiese sido del todo disparatado si me hubiese encontrado en un estado psicológico parco, decidí marcar el número de N. Aunque aún a día de hoy diez años después no sé si esa fue la decisión acertada, o más bien dicho el momento acertado, puesto que aunque la ebriedad tiene sus desventajas, también acoge muchas veces la escusa perfecta para justificarse de los desatinos. Si veía que peligraba mi integridad por esa llamada tenía las espaldas cubiertas por la borrachera, lo cual N. llegó a comprender, siempre y cuando sea él el confesor de esos temas. Claro que igual que si se da un desentendido durante el momento crítico, también puede darse un entendimiento y que este sea tomado como un momento bajo provocado precisamente por el alcohol. Así que estaba jugando con un arma de dos filos, no obstante en ese momento no estaba yo como para hacer malabares mentales y llamé a N., quien se lo tomó a la ligera me pareció a mí. Lo comprendió por donde tenía que comprenderlo, juzgándolo como canguelo y propia indulgencia, que aunque algo deshonroso y degradante era la única salida para empezar a atisbar un centelleo de luz en una situación tan comprometida y complicada. Así que por lo que a N. respectaba no había ningún problema y aludió a una oración bastante reconfortante "Tranquilo, es un momento malo, cuando quieras volver no tendrás problemas". Eso me intrigó en exceso, demasiada amistad leía en sus palabras, barajaba dos opciones, una en la que ese sujeto estuviese embadurnándome de confianza y buenas formas para después darme un golpe bajo, una paliza, amenazas o cualquier otra treta de los profesionales de la droga, incluso pensé que ahora mi cabeza corría peligro, aunque tampoco podía descartar la opción de que tal vez me lo dijo por pura costumbre que tenía de que todos sus camellos en determinadas situaciones o en momentos específicos de la venta al por menor, pasaban unos momentos malos y similares a los míos aunque se posasen sobre causas distintas. En cualquier caso, me enteraría en los días siguientes. De momento mi intrigaba más el oprobio, denigración o denuncia que podía utilizar D., hombre que estaba seguro angustiado por no haber conseguido una venganza.

Realmente pensé que tal vez D. no le dio tanta importancia al asunto como yo le estaba dando y que quizás sería algo efímero e insustancial, algo a lo que estaba acostumbrado. La cocaína se consume en todos los estamentos sociales, desde los más bajos a los más altos, tal y como sabe todo el mundo. Sin embargo, podría ser que el hecho de que yo pasase fuese para D. una significación de que la providencia se la podía tomar por su mano, en respuesta a mi agravio en aquella mesa del bar. Además en un primer momento la angustia fue decreciendo progresivamente, cabría decir que exponencialmente, ya que en todo caso no había ninguna prueba ni ningún tipo de causa que me inculpase además del rencor de un hombre envidioso. Podría haber interpretado que yo simplemente le pasé unas llaves al chaval o cualquier otra estupidez equivocada y haberlo olvidado ya. Eso me tranquilizaba, hasta que me crucé con D. en mi barrio en dos ocasiones; dos días seguidos. Eso me escamó, no era normal, no lo había visto durante meses y ahora resulta que después de habérmelo topado observnándome mientras vendía, estaba rondando por mi barrio. El asunto apestaba.

(Continuará)

martes, 13 de mayo de 2008

El fantasma de J. 2.

Nota: La parte 1 está más abajo y sujeta a modificaciones insustanciales de embellecimiento, al igual que esta parte 2.

La vida es una ardiente y cálida candela la cual se nutre de variados combustibles y dependerá de la paciencia de quien mantiene viva su llama si esa arde con fulgor o si es una lumbre débil y compungida. Pero ese fuego y sus pábulos son finitos, algún día u otro su alimento se acabará y la hambruna acariciará su palpitante corazón. Habrá querido arder con la mayor fuerza, mostrarse como la más admirable hoguera del averno; y del diablo que la haya mantenido dependerá si las maderas han sido colocadas con destreza ,aunque solo implique la subsistencia, para fraguar un futuro halagüeño o si, al contrario, habrá ido cebando azarosamente el fuego, llegando a la cumbre del bochorno para exhibir un ímpetu durante una época dorada de la vida. Siempre dependerá del diablejo que alimenta su llama.

Yo fui un diablo que se empecinó en hacer arder la candela con tal fuerza que era admirada, pero que, a su vez, estaba destinada al consumo incontrolado. Para ello, que mejor que poner a vender el mismo combustible. En verdad, me resultó complicado tomar la decisión y convertirme yo también en un ser desalmado con las preocupaciones a más corto plazo. Me veía en cierto modo reflejado en N. El deterioro en estado puro, su vida se consumió y tan solo quedaban las cenizas de la candela deambulando por la tierra en la dirección que las llevase el viento y con algunas ascuas que le mantenían con vida. No quería verme así en un futuro, sin embargo más fuerte era mi anhelo de holgazanería y anodina existencia. Para que iba a complicarme si, en cualquier caso, los resultados iban a ser los mismos. Eso piensa uno cuando es muy joven, aunque cuando los años han pasado como un soplo de viento y el árbol no ha dado frutos, más que algunas épocas lujuriosas, noches de diversión entre billetes y naipes, surrealismo de estupefacientes y alcohol y.. poco más, llegados a esta edad un piensa que no ha sido más que tirar el tiempo y el dinero. Y, mientras tanto, la llama se ha consumido a toda velocidad y el combustible se ha ido acabando.

El negocio fue viento en popa, todo un éxito. Aunque las primeras semanas estaba realmente inquieto por el riesgo que entrañaba y perturbado por el desvanecimiento de las ideas, mi capacidad adaptativa me permitió resarcirme de esos sentimientos negativos y tener una despreocupación rayana en la dicha y buenaventuranza, parecía que finalmente había encontrado mi sitio y, definitivamente, todas esas ideas tan humanas que envolvían mi alma, aquello que era un muro que pretendía detener mis andanzas por el ganancial y sencillo mundo del narcotráfico, se derrumbó con una facilidad desconcertante. Incluso yo me sorprendí de lo factible que estaba siendo el asunto. A las dos semanas estaba completamente satisfecho y alegre de haber renacido de las cenizas y haber emprendido el vuelo.

Explicaré a grandes rasgos como evolucionó mi andadura. N. me fió 25 gramos en un principio para ver como se desarrollaba mi capacidad de vendedor y observar cuánto tardaba en sacármelos de encima. No tardé demasiado, cuando le comenté a un par de amigos que yo tenía material y que era bueno no tardó en correrse la voz. Aunque parezca arriesgado que vaya de boca en boca, no lo es tanto, principalmente porque se trata de gente de confianza que a su vez lo trasmite a gente de confianza y, por otro lado, ¿Quién iba a decirle a quien no debe que le ha comprado cocaína a J.? Naturalmente podría darse el caso de que hubiese algún infiltrado o que alguna pared agudizase su oído, pero no fue así. Los 25 gramos me duraron menos de una semana, pero fue un suplicio debido a que me llamaban a cualquier hora de cualquier día; y yo, para ser un vendedor eficaz, estaba disponible las veinticuatro horas, los siete días de la semana. Dí la noticia de aventura un domingo y el viernes tuve que volver a llamar a N., el cual me suministró una cantidad mucho más importante. Sobre N., me dejó bastante claro que no quería ninguna clase de jugarreta o error craso, ya que podría implicarle a él y eso, obviamente, le afectaría sobremanera; él tenía mucho más que perder que yo. Sin embargo, yo no era tonto, al ver que en 5 días había obtenido unos beneficios asombrosos, no iba a meter la pata y anduve con pies de plomo. Los sentimientos de miedo, angustia y las contradicciones que se me presentaron fueron desapareciendo paralelamente a como aumentaban mis beneficios, pero también hay que añadir que aumenté mi consumo de modo preocupante. Esto último sin duda fue un gran problema, consumía del orden de un gramo diario, eso cuando menos consumía, claro está que lo conseguía a precio reducido y sin cortar, por lo que me resultaba económicamente viable. Debo añadir que mi éxito rotundo fue también debido a que actué como un zorro viejo que cuida de sus clientes, sólo lo cortaba con una sustancia que recomendó un químico - al cual le vendía, por cierto - fervientemente y además le dejaba un grado relativamente alto de pureza, siendo así una de las cocaínas de más calidad que se podían adquirir por la zona. No obstante, me daba la sensación de que era poco apreciada esa buena acción, puesto que de ninguno de los otros camellos recibí quejas. Seguramente continuaban haciendo su actividad sin problemas, ya que cuando yo me quedaba sin material, apagaba el teléfono. Pocas veces me quedé sin material. Otro aspecto que me parece destacable es que llegó un punto en que a determinadas horas tenía que mantener el móvil apagado, ya que recibía llamadas constantemente independientemente del día y la hora; al principio era llevadero pero algún día tormentoso me propulsó a replantearme unos horarios más o menos fijos. No solía salir de casa con más material de la cuenta y mucho menos si iba medio colocado y borracho con pretensiones de salir de marcha, eso entrañaba riesgo, al igual que tampoco le vendía a cualquiera; había gente que era capaz de hacer varios kilómetros con tal de que el verdadero comprador le invitase a dos rayas. Gente que compraba varios gramos para una noche, gente que llegaba con la frente sudorosa y con leves espasmos, felaciones por un par de dosis, mandíbulas en movimiento mecánico, robótico e inútil, personas que pedían fiado, relojes y joyas por un par de gramos y otras delicias los veía a diario. Parecía un circo del cual ni tan solo yo me salvaba, pero yo era el que cobraba la entrada y ellos eran los payasos, yo me quedaba tan a gusto.

Así pasé dos meses, vendiendo a lo loco, incluso llegué a tener algunos ahorros a pesar de mi gastar descontrolado. Pero poco importa todo esto, poco importa, el fondo del asunto está relacionado, pero que todo marchase a pedir de boca no significa que no hubiese alguna eventualidad que hasta los dos meses no fueron más que efímeras. Estaba empezando a abrazar quimeras y a plantearme grandes propósitos, aunque también he decir que era completamente adicto, estaba totalmente sumido en la adicción y dependía de ella como del agua. Si estaba algunos días sin consumir se convertían en un suplicio y el principal dilema es que era consciente de esta adicción, intentaba pararme los pies, pero siempre terminaba cayendo, una y otra vez. Empezaba pensando que tan solo me metería una raya para bajar el mono, luego resulta que me terminaba esnifando dos o tres gramos, siempre era igual. Como digo, esto fue sobre los dos meses, justo cuando surgió la contingencia que me ha empujado a escribir esto.

Como he dicho, tenía contactos de confianza y muchos de ellos todavía iban a la universidad. Yo si el pedido era importante, de más de cuatro gramos, no tenía ningún problema en desplazarme, aun menos si era a la universidad a tomar unas cañas, de paso, con mis viejos colegas. Esta vez tenía una demanda bastante sosa, tan solo me habían pedido 2 gramos, aunque por ser quien era no tuve más remedio que trasladarme. En todo caso, eran tan solo 15 minutos en coche. Fui allí y estuvimos conversando tranquilamente y entre risas en el bar, sentados en una de esas sillas minimalistas, cuando llegó el sujeto en cuestión al que tenía que venderle. El bar estaba abarrotado y si algo caracterizaba a los garitos de esa vieja universidad era la total indiferencia que mostraba la gente por los asuntos de los demás. El ruido embargaba la estancia amplia, muy ancha y muy larga, unas 50 mesas, algunas de seis personas, otras de cinco, todas ellas llenas, los alumnos, profesores, trabajadores y curiosos entraban y salían, algunos cariacontecidos por alguna personal desdicha, otros felices porque habrían aprobado algo o porque eran de esas personas que siempre sonríen o Dios sabrá porqué. Las conversaciones se perdían entre el estropicio sonoro del ambiente. La atmósfera invitaba a contemplar, algo cargada por el humo y agobiante por el vaivén de voces, andares deliciosos y bellezas que no se sabe si se volverán a ver o si el tiempo les invitará a su degradación, camareros sulfurados por las enormes colas y griteríos constantes, el recreo de los estudios superiores. Por la entrada y entre varias personas que entraban y salían, apareció mi hombre, el cual reconocí al instante.

Le conocía pero no demasiado, había ido conmigo a clase y no habíamos intimado ni entabladoni una mínima amistad. Su paso se debía simplemente a que venía a por el material. Cuando le vi, esbocé una sonrisa afable y sosegada, él venía con bastante prisa según me pareció. Me hizo un gesto con la mano en señal imperativa de acercamiento, me levanté de la silla y acudí a su llamada con el material preparado en el puño que, a su vez, permanecía guardado en el bolsillo. Cuando estuve cerca me saludó agitada y maquinalmente, como si de un debutante pavoroso de teatro se tratase, yo no le di mucha importancia ya que estaba tan acostumbrado que esos protocolos me parecían innecesarios. Pero no hay nada como adaptarse a la confianza para caer de bruces contra el suelo. Hicimos el traspaso, yo le di el material y él a mi el dinero, pero fue de una forma un tanto descarada diría yo, totalmente despreocupada; había pasado varias veces en el bar y podía tener las papelinas sobre la mesa, que nadie se fijaba en nadie. Sin embargo, justo en el momento que vi como se retiraba mi antiguo compañero satisfecho con la compra, noté una mirada fija en mí, que me estaba clavando sus ojos negros, miré de reojo y estaba allí, mirándome. Era D.

(Continuará)

sábado, 10 de mayo de 2008

El fantasma de J.

Si me pidiesen una descripción de ese hombre, no sabría darla, excepto en lo que al plano mental y psicológico se refiere. Físicamente no podría, aún teniendo en cuenta que resultaría más sencillo, siempre que se tratase de otra persona a detallar. Su físico era camaleónico y no se encuadraba en ningún estilo o tendencia concreta, eso junto al hecho de que no pude observarlo directamente con mi mirada, más que ojeadas de soslayo, configuran a la descripción como un imposible. Sin embargo, sí que podría aducir a su parte interna y, por cierto, de una forma concisa, concreta e incluso pormenorizada. Considero necesario entrar en estas aclaraciones antes de llegar al caso ya que tal vez así se pueda explicar de un modo razonable el suceso que acaeció y del cual yo no tan solo fui partícipe, sino singular protagonista, no obstante me tomaré la libertad de no referirme a mis características individuales, poco importan, más aun teniendo en cuenta que aunque héroe de esta historia no fui el que provocó el acontecimiento.

Ese hombre, cuyo nombre desconozco y que prefiero no saber- le llamaré D.-, era introvertido, cabría decir en demasía, aunque no tímido puesto que intimaba fácilmente cuando mantenía un mínimo contacto que, ineludiblemente, tenía que empezar otra persona. Tal y como les suele suceder a los hombres de estas características, era extremadamente culto e inteligente, licenciado en varias carreras, a destacar Historia, Física, Filosofía etc. Aunque no fuese de los que llevan la primera palabra tampoco causaba una primera mala impresión, al menos es la sensación que me llevé en todo el tiempo que tuve el placer y displacer de conocerlo; nunca nadie le faltó al respeto por su carácter reservado y por sus ideas políticas disparatadas, precisamente porque si alguien objetaba alguna de sus enrevesadas presunciones, rebatía con magnanimidad, vehemencia y brillantez haciendo del interlocutor un gorrión pavoroso y cabría decir abatido. Su superioridad exhalaba por todos sus poros como si de una deidad se tratase, no tan solo por su flagrante supremacía con su entorno en general, sino que parecía abarcar todo el globo. Su único problema es que esa superioridad no tan solo era natural, sino que era expresada y consciente y de ahí su introversión y hosquedad con algunos de los que le rodeaban. Esa desavenencia personal le atormentaba y causaba un conflicto interno grave en el sentido de que era su único defecto, el cual le situaba, y lo sabía, por debajo de muchos otros en lo que a humanidad se refiere. Adusto, severo y desabrido acentuado por la falta de afabilidad, la cual provocaba un circulo del cual le imposible salir, ya que su vez su propio conflicto acrecentaba su insociabilidad, siendo así un intratable en según que temas. Sin embargo, no era una persona que causase aversión. Tal vez resulte difícil de entender, pero su extraordinaria inteligencia y destreza hacían de él un fatuo irremediable pero comprensible. Quien tenía el gusto y privilegio de mantener una charla con él, entendería de inmediato a lo que me estoy refiriendo, ya que saldría renacido y refrescado de ideas, aunque también de incoherencias. La superioridad era tan incuestionable que incluso en su petulancia tenía el perdón hasta de los más lúcidos, excepto si nuestro hombre tenía algún día en que se levantaba con el pie izquierdo. Era altamente irascible, y cuando le exaltaban su superioridad trocaba en furia, pero una furia algo esperpéntica, ya que era una furia intelectual donde literalmente azotaba a su interlocutor, como si le estuviese mirando desde un rascacielos, pero siempre dentro de los límites de la cortesía y el respeto.

Mi relación con D. fue más bien pobre, en el sentido de que yo personalmente pocas conversaciones mantuve con él y no fui ni capaz de preguntarle el nombre, tal vez no me interesó y tal vez sí que lo sabía pero ahora está en los recovecos del olvido. Tampoco tenía ningún amigo, era muy suyo, demasiado, aunque como ya he dicho sí que a la mínima se daba un tanto de intimidad si percibía simpatía y buenas intenciones, sin embargo esa intimidad era superflua puesto que jamás acrecentaba más allá de la superficialidad. Contaba aspectos de su vida sin ambages ni remilgos, aunque aquí cabría destacar que en este aspecto era insultantemente parcial. Parcial porque esa nimia intimidad solo la expresaba con los hombres, nunca con las mujeres, era para ellas asombrosamente taciturno, agachaba la cabeza en muchas ocasiones y no les dirigía nunca miradas directas a los ojos más que estrictamente fugaces. No sabría explicar el porqué de esa reserva, pero era desmesurada, tanto más cuanto si la chica era bella, en ese caso se tornaba absolutamente silencioso y retraído, hasta el punto de que muchas veces las chicas duraban pocos minutos hasta después de marcharse, hallándose ellas decepcionadas ante la conducta de D. y desconcertadas preguntándose que habrían hecho mal para que D. se mantuviese enmudecido. Curioso desde luego, teniendo en cuenta la grandilocuencia y facilidad de palabra de que tenía para hablar en público, especialmente cuando se trataban temas de desarrollo tecnológico e informática, temas en los que aunque no tenía una formación específica, dominaba a la perfección.

Conocí a D. gracias a que mis estudios provocaron que nuestras vidas se cruzasen, aunque tampoco fue un conocimiento a fondo, por lo que he dicho más arriba, fue algo superficial. Poco pude hablar con él, además de algún cruce de palabras efímero e insubstancial, pero claro está que el contexto me permitió saber algo más de él. Por aquel entonces, yo estaba en mi último año en la universidad y pude saber de él debido a su participación en algunas conferencias y artículos de distintas revistas. En el plano personal, la primera vez que mantuve una charla fue una vez que lo vi enfrascado en la lectura de un diario mientras se tomaba un café en el bar de la universidad, estaba solo; entonces, pensé que sería buen momento para llegar a conocerle un tanto mejor: sin pedir permiso, ya que juzgué que la cortesía no sería más que una barrera infranqueable, me acerqué a su mesa, posé el café y me senté en la silla justo al frente suyo. Las mesas eran de corte minimalista al igual que las sillas, estas últimas sin reposabrazos, de plástico grisáceo, duro y grueso, sin llegar a ser lisas, su superficie era rugosa, sumamente moteada. Eran sorprendentemente incómodas, hasta el punto de que yo no fui capaz de mantenerme sentado en una de esas sillas por un intervalo mayor de 15 minutos en todos mis años de universidad. De hecho creo que estaban diseñadas precisamente para que los alumnos no se acomodasen sosegadamente y pasasen las horas jugando a cartas o charlando sobre la basura que emite la televisión. Pensando que tal vez la cordialidad no era el mejor método para establecer una conversación, me incliné por sacar el tema que en ese momento me pareció más oportuno y más cercano para ambos, la incomodidad de las sillas. Naturalmente a los 3 segundos, o más bien dicho cuando estaba ya diciendo las palabras a ese hombre que no era capaz de mirar directamente y del cual no tenía una pre-concepción ni pos-concepción como he podido ver a día de hoy, cuando escuché esas conjunciones de vocablos emerger de mi boca, en un tono paulatinamente asustadizo a medida que me adentraba en la simpleza, llegando a la cumbre de la ingenuidad y estupidez con la pronunciación de la últimas letras, me arrepentí. En el momento en que dije “...sillas? ¿eh?” levantó su mirada impertérrita, lo cual fue un alivio para mí, una mirada expresiva, tan expresiva como la inexpresión, pero en el momento en que me vi sumido en el abismo del ridículo, me sobrevino una enorme alegría al observar que mis palabras le provocaron indiferencia. Lo más curioso fue que no contestó a la pregunta y creo que tampoco le impactó el hecho de que no le mirase más que de reojo y solo cuando notaba que D. no tenía sus ojos postrados sobre los míos. Parecía también que en ese sentido la impasibilidad le embargaba. No sabía que decir y nos pasamos un minuto en silencio ambos, él creo que estuvo mirandome durante todo el rato a modo de reproche, pero yo en ese momento consideré no echarme atrás, estaba ante un hombre que admiraba por su brillante lucidez e inteligencia, además de su carisma y capacidad de abstracción y analítica. Parecía como si tuviese todas las características de la inteligencia, incluso aquellas que los psicólogos ven como incongruentes, pero siempre exprimiendo la parte positiva de los estilos cognitivos. Era un genio y lo tenía delante ¿Qué podía hacer? Era mi ocasión de mantener un coloquio con un hombre al que loaba interiormente. Así que antes de que D. llegase a conclusiones precipitadas sobre mi persona, por ejemplo “Este tio es gilipollas” o algo similar, dije unas solemnes palabras que le dejaron un tanto estupefacto, lo cual, dicho sea de paso, decía mucho a mi favor:


-Hace un buen día hoy- dije, justo cuando se me había olvidado lo que había elucubrado y al quedarme en blanco y con la boca abierta, mirándome él fijamente, escupí la primera idea que me vino a la mente.


-¿Acaso estamos en un ascensor? He, he. Mira chico, creo que pretendes platicar conmigo- a veces D.era un poco pedante – sin embargo, no te veo propicio para una conversación, así que sino te importa me gustaría continuar hojeando, y lo digo con h que poco me pueden enseñar a mi los periódicos, este diario donde seguro que sale al menos una foto de una mujer atractiva.


-De todos modos, según dicen, usted lo más cerca que podrá estar de una mujer sexy será mediante ese diario.


Y me fui. Aún a día de hoy no me explico el porqué de esas últimas palabras, el hombre seguro que se quedaría incluso enajenado. Yo conocía que las féminas eran su punto débil, que era un tímido incorregible y que aunque insensible a muchos asedios precisamente por su facilidad de palabra y su flagrante superioridad, aquí con el tema de las mujeres poco podría defenderse. Yo fui ahí, al hoyo e incluso me arrepentí ipso facto. Creo que nadie fue jamás tan degradante con ese hombre como fui yo en su momento... un desconocido que llega y profiere esas ofensas intolerables no se merece, desde luego, ser mirado nunca más por un hombre de sus características. No obstante, me lo crucé alguna que otra vez y tuvo el valor y dignidad de saludarme cortesmente, mostrándose así también infinitamente superior a mí en todos sus aspectos. Excepto claro está en que yo flirteaba muchas veces con éxito, él ni tan siquiera tenía desarrollada la capacidad del flirteo. Pero nadie es perfecto, tampoco D. No podía aguantar la angustia que me provocaba mi falta, especialmente por el hecho de que él mostrase ese orgullo circunspecto y encumbrado. Para resarcirme no tuve mejor cosa que hacer que romper el hielo en una ocasión que de nuevo me lo topé en el bar; había pasado un mes desde mi agravio. Esta vez procuré presentarme con un empaque más decoroso, premeditamente calculé las palabras que tenía que decir y fue relativamente existoso en el sentido que fui capaz de hacerlo, aunque no podría decir que el resultado fuese del todo provechoso, puesto que la conversación empezó sobre la influencia de las nuevas tecnologías en las evaluaciones psicológicas y terminó con un “Todos los errores se pagan” con sonrisa esbozada, ambas por parte de D. No nos encontramos frente a frente nunca más hasta después de mucho tiempo y en unas circunstancias poco prometedoras.


Hechas ya las presentaciones, me toca referirme a la historia que expuse al principio. Empezaré desde el primer punto, desde lo más profundo del pozo para poder ver tanto por mi como para quien lo lea como fue surgiendo la luz a través del oscuro, ancho y frío agujero. Miento, me hundí en un pozo, me metí en el atolladero y veía como la luz se fue alejando, sentí escalofríos a medida que descendía, pero el caso es que no fue voluntario, todo el mundo se puso en contra mía.


Había terminado los estudios en la universidad, los cuales me había financiado con la herencia de mis padres, ambos muertos en un accidente de tráfico cuando yo tenía la temprana, difícil y caprichosa edad de 19 años. Su herencia no fue muy amplia, pero tampoco me pude quejar en su momento, me dio suficiente como para ir pagando impuestos, universidad, obtener el permiso de conducir, algún que otro capricho etc. Además de una casa totalmente pagada y sin ninguna hipoteca ni ninguna clase de deuda. Era hijo único y la herencia me dio para unos años de buena vida. Buena vida- para un joven que ha perdido sus padres, que su familia está lejos en pueblos donde ni los marroquíes querrían vivir y con unas amistades poco responsables- era la vida loca, alcohol, drogas, chicas, chicas de pago, juego y algunos otros vicios. Esto por supuesto sin trabajar, ya que soñaba que después de terminar Ingenieriía de Telecomunicaciones tendría un buen puesto de trabajo. Sin embargo, una vez terminé mis estudios con un éxito mediocre, no tenía ninguna ganas de trabajar y los fondos iban disminuyendo alarmantemente, hasta el punto de que, al año de haber terminado la carrera, me encontraba con un capital insignificante. Pero tal era mi pereza que no fui capaz de moverme para encontrar un trabajo, porque precisamente no me apetecía trabajar. Me pasaba los días deambulando como vagabundo, pero bien vestido y feliz como un niño en el parque. De aquí para allá, sin percatarme de mis problemas de personalidad que con los años se iban acrecentando pero que tan bien tapaba con el consumo de hachís a diario y de cocaína y alcohol esporádicamente. Podría decir que mi entorno, con el lento paso del tiempo fue cerrándose hasta el punto de que cuando me di cuenta me encontraba sin dinero y con unas amistades que se encontraban en una situación similar a la mía en lo que a consumo de drogas se refiere. Y así estaba hasta que conocí a N.


Hace 10 años – ahora tengo 34 – me encontré con un tipo que debía rondar los 45, aunque su rostro demacrado aparentaba más edad. Ese hombre, N., había tenido la fortuna por aquella época de tener determinados contactos entre los narcotraficantes; era un veterano del asunto y ,como tal, se había metido de lleno en todo el entramado que mueve el mundo de la cocaína. N. era un hombre pachucho, enjuto, bajo, feo y arrugado. Sus cabellos parecían pelos de fregona después de haber sido usada, grises, enmarañados, largos y ásperos, parecía que la suciedad se le había ido acumulando en su pelo dando como resultado tirabuzones sólidos y compactos, los cuales exhalaban un hedor insufrible. Sus ojillos eran rojizos y llorones, con unas bolsas protuberantes que daban ganas de ser pinchadas con una aguja a ver si reventaban, y no expresaban nada excepto cuando veía peligro, en ese caso se leía un miedo que en todo punto quien lo viese no tendría más remedio que venderse a su pavor. Su nariz fina parecía que carecía de algunas partes, tenía la carne como absorbida. Finos labios, tez pálida y picada de viruelas. La primera vez que lo vi me impactó, tenía unos andares chulescos, como si las piernas arrastrasen del cuerpo con pasividad. Iba con unos vaqueros excesivamente ajustados, con el pelo suelto en toda su plenitud y una camiseta negra de un grupo viejo de Rock español. Naturalmente cuando lo conocí me llevé una pésima impresión de él, de hecho siempre la tuve, era escoria. No obstante esa escoria a veces puede ser la salvación para un holgazán que tiene las mismas inquietudes en la vida que una gallina ponedora. Me conoció en el momento apropiado y a mi me pareció un ángel venido del cielo pero con una imagen tan peculiar y "divina". Cuando se está desesperado y se pasa algo de hambre para poder subsistir dignamente, cualquiera puede parecer un ángel del cielo pero traído del mil formas, yo pensé que mi suerte, mi moneda de oro, era ese yonki disoluto y astroso; eso, precisamente, fue lo que me hizo creer en ello aun más, las pintas de ese hombre. Más o menos al mes de conocer a N. él había ampliado su negocio, o más bien había subido un peldaño en la escalera del narcotráfico, siendo ahora un pez un poco más gordo y distribuyendo no directamente al consumidor de calle, ya sean niños pijos de personalidad indefinida o pobres diablos con una vida tan triste y vacía que no saben que hacer para que finalice el tormento que no son capaces de ver, pero que con la droga se convierten en personas “felices”, no le vendía a esos pusilánimes sino que pasaba grandes cantidades a los camellos y ellos la iban distribuyendo por las zonas. No había competencia entre camellos, ya que no siempre estaban disponibles y había disparidad en las horas de venta, por lo que aunque cortasen más o menos, siempre tenían su clientela imprecisa. Resulta que un conocido mío le había explicado mi “problema” económico en la típica charla de borrachos y entre copa y copa el bueno de N. no tuvo mejor idea que cogerme como intermediario suyo, en el fondo era un filántropo. A mí me vio como a uno de esos camellos y me propuso que si tenía tiempo de cortar su material y de venderlo, tendría unos beneficios formidables a corto plazo, siempre y cuando supiera moverme. En un principio no fui optimista con el negocio, me pareció muy arriesgado y entre otras cosas rompía un poco con mis principios fundamentales y es que vender veneno para el propio beneficio no es otra cosa que ir matando gente, tarde o temprano alguien moriría por mi ventas, aunque fuese en 10 años, yo habría puesto mi granito de arena, como el coche que ha hecho 100.000 kilómetros supuestamente ha puesto su granito de arena en el deterioro de la capa de ozono. Pero una vez calculados las ganancias - por poco vendiese una venta de 20 gramos a la semana a 20 euros por gramo, que era el beneficio que me ofrecía O., me suponía 400 euros semanales, más que suficiente para pagarme mis vicios y continuar con mi vida errabunda y vacía- me metí en el negocio.



(Continuará)

miércoles, 7 de mayo de 2008

De abono para las plantas.

William Lynd servirá, con suerte, de abono para las plantas, después de cometer un asesinato hace 20 años.

Dos decenios entre rejas para tener una muerte prematura. ¿Cuál tendría que ser el objetivo de todo sistema penitenciario? La reinserción social naturalmente. Pero es que en EEUU las cárceles están privatizadas y entonces, cuando hay intereses económicos por medio, se ve ese fin truncado. Vivir en una cárcel de Estados Unidos, no es gratis, cuesta dinero, es como estar en un hotel, pero con menos privilegios y sin una señora de la limpieza que te haga cada día la cama. Los empresarios han encontrado una mina con un mundo de posibilidades, por pocos centavos la hora, tienen trabajadores que no se quejan, puntuales y eficientes, y sino lo son, a la celda de aislamiento. Pero no voy a criticar el sistema penitenciario de EEUU, ver los datos es la crítica en si misma. Es alarmante. Aquí dejo un link: http://firgoa.usc.es/drupal/node/21282 Y otro que es próximo al sistema privatizado: http://www.ecumenico.org/leer.php/1108

La pena de muerte es fácil de criticar, pero también de defender. El ojo por ojo puede sonar hasta halagüeño "Si has matado te mereces la muerte" Deben tener esa frase como premisa, puesto que si obtienen beneficios de los propios presos mediante la industria, matarlos no es más que perjudicar al propio empresario, así que ¿que lleva a los Estados Unidos a enterrar a sus presos? Sin duda es que se utiliza la encarcelación excesiva y las calles siguen siendo igual de inseguras, así que si encarcelamos a tantísima gente, tanto da que mueran unos pocos, mientras tengamos vías que nos sigan financiando. ¿No les vendría mejor invertir en educación que en seguridad? Está claro que la seguridad es una de las bases fundamentales de la sociedad del bienestar, si no hay seguridad, el ciudadano no vive a gusto. Pero la delincuencia se puede tratar directamente con un sistema educativo generalizado y decente y, claro está, la voluntad de todos lo ciudadanos. Pero el problema de raíz no se encuentra tanto en el sistema educativo como en la polarización de clases, mientras mayor sean las diferencias entre clases y haya una tendencia a la bipolarización social, mayor va a ser el nivel de inadaptación no tan solo del individuo, sino del propio contexto. Porque el problema no radica tanto en los rasgos personales del sujeto como en el entorno que este se mueve. Claro está que no somos cajas negras dispuestas a crecer en una ciudad utópica como "Walden Dos" de B.F. Skinner; pero esto tampoco significa que tengamos el mal de fondo. Resulta sencillo andar criticando a los ghettos, pero más fácil es discriminar a los que en ellos habitan. ¿Cómo se podría llevar a cabo unos cambios profundos en toda la sociedad más excluida? ¿Realmente interesa? No interesa sin duda y en todo caso cambiar la cultura y educación de persona que se han criado ahí es trabajo imposible, sino hay una inversión importantísima. Para ello, lo mejor es encarcelar casi gratuitamente y obtener beneficios de los presos.

Cojamos un sujeto al azar, delincuente encarcelado, volvamos a hacerlo nacer dentro de un entorno afectivo decente, con una familia sin problemas, con un microsistema, exosistema y macrosistema social apropiado, con sus abuelos que lo lleven a la playa, con su madre que lleve a Eurodisney de fin de semana, que vea películas de Walt disney, que juegue a las canicas y que no vea ni un robo ni la droga ni una película agresiva en su infancia, que asista diariamente a una escuela pública con sus problemas, pero escuela y pública al fin y al cabo, que ese chico no reciba imágenes violentas más que como algo esporádico. ¿Realmente se pondrá a delinquir de tan joven? Naturalmente puede suceder, sino tan temprano, sí más tarde, como aquí ese sujeto que han condenado a muerte. Tal vez ese hombre tuvo esa educación a la que hago referencia y terminó asesinando a su mujer, encarnizándose según la versión oficial. Ya que disparar ver que está viva, volver a hacerlo, meterla en el maletero y cuando se oyen ruidos, volver a disparar, eso es encarnizarse.

Lo que es innegable que a partir de una resocialización y reeducación de las culturas que tienden a la delincuencia grave, esos problemas podrían progresar hacia un futuro mejor. ¿Y eso como se hace? Básicamente es imposible a día de hoy, con nuestros recursos resulta una tarea utópica, pero si de alguno de esos individuos puede evitarse que sea encarcelado y que lleve una adaptación correcta hacia la clase media ¿Porqué no hacerlo? Aunque tal vez eso no sería beneficioso para el empresario ¿O sí? De momento, utilizarán a algunos para el oficio barato y a unos pocos de abono para las plantas.

Este es un tema que partiendo desde la propia carcelación, entran en juego tanto el sistema económico, como social, como educativo, como político, como psicológico, como biológico etc. Sin contar el alarmante racismo que se respira en la cárceles. Hay aún a día de hoy discriminación plasmada en el sistema penitenciario. Todo entra en juego y lo más pobre es que nunca llegaremos a saber toda la verdad, ni de las cárceles de EEUU ni de las de nuestro país.

martes, 6 de mayo de 2008

Despertar del acabado.

El sol iluminó su rostro pálido y agotado por la noche de pérfidas acciones y consumo de estimulantes. Los rayos llegaron a sus ojos cerrados, los cuales abrió con sorprendente actividad, giró la cara en señal de molestia; en un sobresalto asió la sábana rociada entre la cama y el suelo cubriéndose así toda la cabeza. Sin embargo, estos pocos segundos fueron suficientes para que no se pudiese volver a dormir, convirtiendo al gesto en culpable de su irreversible despertar. Este breve sobresalto, provocado por la inminente entrada de la luz del deslumbrador astro en su cuarto desembocó en que sin darse cuenta su cerebro se desperezase. Aunque no podría decir lo mismo de sus brazos, exhaustos como si hubiese estado nadando horas, o sus piernas que le pesaban como plomo. Se estiró, bostezó y una avalancha aflictiva le cayó como un yunque, le inundaba una marea de arrepentimientos por los hechos que en ese momento le parecieron insólitos, pero que con el tiempo se daría cuenta que se quedarían en simples anécdotas; eso sí, dignas de no recordar. Recuerdos desordenados y fugaces le asediaban, las imágenes y las conversaciones, sobre todo estas últimas, anegaban sus pensamientos y eran las propulsoras de su angustia momentánea y lamento insustancial. Mientras, mantenía su cabeza empaquetada en la sábana.

Era consciente de que esa sucesión de agobiantes recuerdos recientes no eran provocados por las repercusiones que fuesen a tener en su vida; no, era lo que coloquialmente llamaba el bajón y lo sabía, conocía esa ansiedad más que bien. En su experiencia como joven consumidor de cocaína mezclada con alcohol las consecuencias al despertar eran las mismas, siempre coincidían el cansancio físico provocado por el alcohol y la leve depresión de la droga dura, dando como resultado una preocupación excesiva que poco a poco iría en descenso. Con el paso de los años, esos sentimientos de culpa que definían su resaca disminuyeron y cada vez ese pequeño bache se convertía en una nimiedad a la cual ya casi ignoraba. A sabiendas de que con el paso de los minutos – que antes eran horas – la angustia decrecía y los remordimientos se desvanecían, buscó la solución que mejor se adaptaba a las circunstancias. Necesitaba resarcirse de algún modo, ya que el nudo en el estómago y los confusos recuerdos no hacían más que provocar que un enjambre de ideas desordenadas relampagueara su mente. Sabio conocedor de la medicina óptima para curar sus males, empezó a hacer memoria para quitarle hierro al asunto:

"Que noche la de ayer" cavilaba "A ver tío piensa, piensa… como puñetas… si dije que no iba a salir y al final acabé como acabé, hasta las 6 de la mañana hecho un guiñapo y sin saber lo que hacía. Esa chica, es lo que más me preocupa… bueno más bien su novio, porque me comentó que tenía novio, ¡bah!, me imagino que cada noche recibirá varios chicos como yo diciéndole lisonjas, que teniendo en cuenta mi estado se traducen en sandeces. Es que fui un pesado, sí eso es, un pesado. Y que desastre, consumiendo en la mesa de la terraza de ese bar a pique de que me viese cualquiera, ¡ay! pero tampoco pasó nadie ¿Por qué me preocupo tanto? ¿Pero a que viene esta angustia? Ya se, se lo que es… es lo de siempre… que tendría que dejar esas marchas locas y centrarme un poco más en otras actividades más ociosas y productivas, esto en cierto modo me perjudica. Mi conciencia me habla ¡Si ella me lo dice!, pero cuando me he bebido unas copas ¡Plas! Ahí surge el demonio que hay en mí y me ofusco, o más bien que ofuscarme focalizo mi atención en esos polvillos blancos que tanto me llenan esa noche y tan vacío me dejan por la mañana. ¡Mírate y escúchate! Aquí divagando sobre banalidades que no me van a afectar en absoluto ¡No, no me afectarán! Si es que no entiendo porque me preocupo tanto, al fin y al cabo no pasó nada digno de mención, siempre la misma basura, ¡Esto son escombros! Pero que tengo que barrer de algún modo y llevarlos a ese rinconcito de mi memoria que llaman olvido. El problema radica, y ese es el quid de la cuestión, en que mi estado de euforia de anoche ahora me provoca esta parcial depresión, tanta adrenalina desperdiciada, ahora me falta esa energía que derroché anoche como un ludópata que apuesta hasta su ruina y claro… ahora pago las consecuencias. Pero bueno este resultado siempre es el mismo, no hay mal que por bien no venga. ¡Ya no consumiré más! ¡No, nunca más!. Menuda mierda es todo esto…"

Sincerarse y contar las penas que no se comentan en estado sobrio: parece que por decirlo en ese momento el oyente vaya a tener más empatía, que vaya a ser más comprensivo, y así es, parece que el interlocutor entiende y hasta le afecta; claro, pero es que va borracho. Luego no es raro derramar unas lagrimillas en uno de estos coloquios ¡Hay que darle más emoción al asunto! Que parece que en ello nos vaya la vida y resulta que al día siguiente el que se alcoholizó, se lamenta y sería capaz de volver atrás en el tiempo a cambiar tanta veracidad y abismal sentimentalismo. Dentro de su originalidad, pasó 10 minutos dando vueltas a su cabeza, pensando y repensando sus experiencias, recordando las conversaciones con sus amigos de fiesta, que si es su mejor amigo, que por él daría la vida, esto y estotro. Se vilipendiaba a si mismo, encarnizándose y llegando al punto más álgido, sintiendo vergüenza de si, así como de las palabras, dichas con el mismo empaque, de sus colegas. La verdad es que su borrachera, visto fríamente no tuvo nada de particular. De este modo, rondando y disparando sobre los puntos flacos de los recuerdos, parecía que todo perdía importancia, que la pintura que ocultaba sus ideas más estables y equilibradas, lo que coloquialmente llamaríamos normales, se iba disolviendo con su machaque continuo, trasluciendo poco a poco el cristal y dejando a la luz entrar en su razón.


Saludos, Antonio.