viernes, 6 de junio de 2008

El fantasma de J. 5

Estar subyugado por la exasperación y tomar decisiones para remitirla da lugar a resoluciones extremas, aunque no por ello pueden parecerlo para los demás. Carece de todo fundamento pensar lo contrario, cuando la desesperación está exprimiendo el cuello, cuando los senderos son lúgubres y cuando parece que no hay vía más efectiva y perspicaz que la determinada, indudablemente se ciega el alma y el corazón se contrae; y mientras no haya sido el ardid llevado a término, no se encontrará la anhelada calma. De antemano, parece que el plan, o la cavilada solución, sea una obra maestra que irremisiblemente vaya a obtener resultados espléndidos, luego visto ya con ojos manejados por el temple asimila más un abigarrado conjunto de despropósitos que la perfección profetizada. Mas no tan sólo se queda ahí, sino que por añadidura tiene resultados bipolares, extremos.

Estaba en una cuerda delicada, seguir hacia delante se antojaba el camino más abrupto, o caía en una cama o me daba de bruces contra el suelo, pero seguir hacia delante sin poner cartas en el asunto hubiese sido el mayor de los errores. A los pocos días de haber urdido la estrategia a seguir para detener la angustia que me embriagaba la mente y me agotaba el cuerpo, decidí ponerme en marcha. El caso era complicado, cuanto menos no diáfano; y poner el motor en marcha nada más haberlo elucubrado no significaba otra cosa que acrecentar mis posibilidades de fracaso. Tenía, en primer lugar, que cerciorarme de que el despacho de D. seguía siendo el mismo. Aunque no la haya dicho dicho de antemano, D. era profesor, Doctor en psicología del desarrollo y daba un par de asignaturas a alumnos de psicología y psicopedagogía, además de toda la actividad intelectual que llevaba a cabo. Sin embargo, yo calculé que llevaría unas tres semanas de baja, o tal vez se habría dedicado a las actividades mínimas y pertinentes para salir del paso. En verdad no me preocupé en asegurarme sobre este factor, que ahora lo percibo como fundamental, mas las prisas y la ansiedad -añadiendo a esto la ineficacia del mono de la cocaína-, en cierto modo perturban la mente y ofuscan la razón. El caso es que de su ausencia ni me preocupé; él estaba hostigándome mediante un espionaje inexplicable, así que era en todo punto innecesario recabar información al respecto. Así, llamé a un amigo de la universidad y le pregunté la información deseada y, en efecto, el despacho continuaba siendo el mismo, por ende esa parte estaba más que resuelta. Naturalmente no podía aparecer por la Universidad previamente a la acción indeleble: si D. me veía buscando precisamente en su despacho, podría dar lugar a sospechas y era eso lo último que deseaba. En cualquier caso, la investigación al respecto fue útil ya que resultaron cambiadas todas las particularidades por influencia "femenina".

Fundamentalmente este primer paso suponía una mera información pues basaba mi ardid en algo más amplio aunque no sabría decir si enrevesado. El caso es que el primer de recabar información sobre su despacho y horarios no era más que tarea de espionaje, ya que naturalmente no iba a hacer una acción oprobiosa en un despacho donde sólo estaba él. Mas estas pesquisas luego resultaron esenciales. El detalle consistía en que en las horas en que D. tenía tutorías, bajo ninguna circunstancia podría saber mi paradero, por lo tanto no sabría que estaría tan cerca de la ignominia. Es consabido que los profesores son propensos a ir a al bar en esas horas cuando están desocupadas, y se toman sus cafés con otros doctores mientras mantienen charlas muchas veces poco relacionadas con el mundo cultural y más allegadas al mundo personal. Pues bien, en el momento en que D. se dirigiese hacia el bar comenzaría la maquinaria a ponerse en marcha. Por esos derroteros oscilaban mis ideas, justo hasta que se lo comuniqué a alguien que precisaba para llegar a buen puerto, Mónica.

Mónica era una prostituta que conocía gracias a mi vida disoluta y a mis tendencias concupiscentes, y con la cual fragüé una relación algo más amistosa que lo que implica el mero sexo cuando comencé mi venta de cocaína. Las prostitutas eran grandes clientes, yo infería que lo necesitaban para que su vida cundiese de un modo más asequible. Mas ésta no era una fulana como otra cualquiera, con preciosos y espesos cabellos rubios y lacios, labios prominentes, ojos grandes y negros y un rostro que me recordaba a una pirámide invertida, unas curvas de vértigo, piernas largas y esbeltas, pechos operados bien puestos y un pompis que incitaría hasta a los impotentes, con todo ello no era una cualquiera, porque era travesti e iré un poco más lejos, era irascible, furibunda y muy escandalosa amén de que conservaba una fuerza admirable a pesar de la delicadeza que inspiraba ya que era femenina como la que más. Una de las ventajas de Mónica era que conocía bien a esos hombres taciturnos, pues muchos de ellos eran clientes suyos, y si tenía un atributo era precisamente que, aunque en apariencia era mujer, queramos o no también era hombre, pues esa fue la naturaleza con que le dieron a luz; eso le ponía en superioridad con las mujeres. O eso creía ella al menos.

Pude encontrarla en las atmósferas humeantes y carmesí, bañada en la penumbra y la lujuria , oculta tras gruesas cortinas, exhalando una chillona fragancia a perfume barato, a corrupción y depravación, sentada en un sofá cansada y ensimismada, jugueteando con una pajita y ojo avizor de todo individuo que entraba en el local de alterne para travestis donde se guarecía esa beldad lasciva. Me senté a su lado y pude ver como trataba de seducirme con su mirada fogosa y sus labios protuberantes, agudizando cada una de sus facciones, causando que mi corazón palpitase con frenesí y que todas mis entrañas anhelasen su tacto y sus caricias. Con el bello de punta, totalmente enajenado y expectante de todos sus delicados movimientos, le hice una exposición algo superficial de la estratagema. El camarero llegó justo cuando estaba explicando los detalles más relevantes, rechacé de lleno tomar cualquier bebida, sin embargo ella consiguió que le invitase a un benjamín, le resultó tan fácil conseguirlo como darme un arrumaco y un beso de sus delicados y sonrosados labios. Engatusarla me fue casi tan sencillo como para ella obtener el cava, además del morbo que le suscitaba mi propuesta, la acción en sí misma, unos cuantos billetes por una artimaña absurda y avergonzante para D. le era más que divertido, le era complaciente y por supuesto beneficioso, aunque no sé el porqué le agradó tanto el oprobio sobre un profesor de universidad. Al contarle el propósito sus preciosos ojos brillaron con una reverberación maligna y cabría decir abyecta, lo cual enarboló mis esperanzas de éxito. Cuando le expuse el caso de D. y su gran percance con las relaciones femeninas, una sonrisa fatua se perfiló en sus excitantes labios y su voz tan aguda y suave pronunció un "Sí, déjamelo a mí" de un modo tan natural y atroz que estimuló mis pasiones y perturbó mi razón. Me encantaba esa mujer, al verla de esa índole y con esa vanidad y presuntuosidad tuve una erección, que duró justo hasta que ella se encargó de apaciguarla, siempre con su maestría y naturalmente aumentando las exigencias pecuniarias.

Y no hay nada como la facilidad de convencimiento de un hombre después de un rato de fruición sexual, la loca de Mónica consiguió, con besos gráciles y miradas insinuantes, que modificase algunas de las premisas del ardid, o más bien todo el entramado, siendo similar tan solo el oprobio para el pobre D. Quedamos a las 10 de la mañana de un miércoles, aunque teóricamente ella a esas horas está exhausta y perezosa por su horario laboral, aludió que le iba "Como dedo en culo" pues los martes por la noche los hombres no acudían en masa en busca de sus carnales servicios, por lo que podía irse a dormir algo más temprano. A mí me pareció perfecto, tanto más cuanto sabía que D. estaba en la Universidad miércoles y jueves, que eran los únicos días que tenía de descanso mi exhausta razón por la persecución sin tregua que hacía ese personaje sobre mí. Debo añadir que también me percaté de su acoso cuando fui a comentarle el plan a Mónica, a pesar de que intenté por todos los medios de que perdiese mi rastro: me transporté en taxi hasta un punto indefinido y sin ninguna relación con el punto final, de ahí cogí varios autobuses dentro de la línea ciudadana y entre callejuelas intrincadas y perdidas en las arterias de la urbe, a paso ligero y sin aminorar la marcha por futilidades, fui acercándome al local donde ejercía su oficio la buena de Mónica. Sin embargo, durante todo ese tiempo, y a pesar de mis ademanes de eludir su mirada cansina, noté como él estaba ahí. Al parecer, al local no tuvo el valor de entrar, demasiadas mujeres, aunque fuesen travestis, para tan poco hombre.

Ahora no era ya mi plan, sino la estratagema de Mónica, la cual me pareció más que brillante pero que por mi mente ni siquiera pasó. Por retorcida y ofensiva, era indudablemente impensable para mí. No es que fuese brillante, pero sí la panacea del agravio. No obstante acepté sin dilaciones, pues divagar sobre el asunto no llevaría más que al arrepentimiento. Así pues, me puse manos a la obra y adquirí los instrumentos que precisaba para el oprobio: una cámara de vídeo, los otros ya los tenía, éramos Mónica y yo. Y lo más curioso es que Mónica ni se preocupó en preguntar el porqué de la acción, lo cual me provocó una perspectiva más que inexpugnable.