martes, 25 de agosto de 2009

Sabor a miel.

He ido a la Universidad, pero eso no es sinónimo de que haya asistido a clase, después de aparcar en los estacionamientos donde los árboles me ofrecen sombra, salgo del coche, me tumbo en los asientos de atrás, sin ningún remordimiento me cubro la cabeza con el brazo y llego a ese estado de sueño incómodo y cansino en que estoy pensando más que durmiendo. Algunas veces me da algo de vergüenza, quizás haya alguien que me observe, que un ojo oculto tras un ventanal se fije en que mi coche se pasa ahí más tiempo que ningún otro, apartado de los demás para que no les molesten al arrancar, y ocupado por un tío echando una cabezadita, pero todo me da igual, prefiero eso a tener que ir a una clase en la que conozco a nadie, hacer el mayor de los esfuerzos por pasar desapercibido, y pensar como siempre que esos alumnos son unos pazguatos, y que se pueden ir espulgar monos a Brasil o limpiar excrementos de hipopótamo en el zoológico. Tampoco sería muy distinto de lo que hacen. Es sentirse como un guiñapo, un ser inferior y descuidado, de mirada gacha y físico deleznable. Sentir un asco enorme de sí mismo y experimentar placer haciéndolo. Los días de calor son los peores, en el aula estaría como en el edén, fresco y sentado, escuchando algo que por lo general es interesante, pero no los aguanto, me sale más a cuenta quedarme en el coche, sudar, pensar en el cochino videojuego y luego volver a casa presumiendo de haber tenido un apasionante día universitario. Las preocupaciones he preferido trasladarlas, ya no pertenecen a mis estudios, como me pago yo la matrícula y el combustible, es cosa mía, mi problema, doy por hecho que mis viejos costearán mi alojamiento. Mentira tras mentira pasan las semanas como una cinta de 168 horas, donde los únicos cambios se producen en el juego.

Pasé mucho tiempo con el juego. Estaba hasta harto de los estudios, habían conseguido aburrirme. En el terreno estrictamente amoroso soy absolutamente nefasto, si se leen algunos artículos de este blog se hallará en gran parte la respuesta. Aunque tampoco he sido siempre así, antes era más timido, ahora paso de todo un poco, he llegado un punto en que me da exactamente igual que les guste o deje de hacerlo, y con esta dejadez pues continúo por el mismo camino. Cuando no tengo nada mejor que hacer, me gusta meditar las cosas, y bien, ahora viene una reflexión terriblemente lúcida: si antes me azoraba con el más mínimo contacto, no he cambiado en absoluto, soy el patán más irrisorio y despreciable, con la única diferencia de que ahora esa torpeza ha sufrido una evolución a peor por la indeferencia. Suelo decir lo que pienso, o al menos lo digo enmascarado, casi con eufemismos, y para colmo voy más salido todavía, lo cual pensaba imposible, pero a este ritmo acabaré comprándome una muñeca hinchable y me enamoraré de ella a falta de mujeres reales. Para ser franco, me sigo asqueando. Y antes me asqueaba también, tan solo el alcohol era capaz de liberarme de mis inhibiciones, pero es un poco artificial, y no es plan de andar todo el día borracho, además que cuando tengo una buena cogorza lo de los eufemismos se suprime y mi lengua pronuncia las guarradas más procaces que uno se pueda echar a la cara. Total, que no tengo solución. Ni tenía solución, ha sido pura evolución, ya veré por donde sigue.

Era llegar a casa y directo a comer. La comida no la saboreaba, entraba como si tuviera adherido un embudo al esófago, luego me subía al piso de arriba, encendía con ansia el puto juego y vuelta otra vez. Tenía que jugar una media de siete horas para rendir correctamente en jugador contra jugador, el sistema de puntuación era semanal, y si no dedicabas mucho tiempo, todo se iba a la mierda. Si invertías tres horas al día era inútil, no servía más que como afición. Se creaban grupos de 10 tíos y ponían a gente esperando en cola, así que mientras antes entrase, antes tendría un sitio. Esto, por supuesto, era caldo de cultivo de disputillas absurdas y embarazosas especialmente con los tíos que se creían más que los demás por la función que desempeñaban, era una lástima que fueran tan repelentes, porque ganas me daban de pegarles una patada y mandarlos a recoger fresas para viesen lo dura que es la vida como para irritarse por semejante nimiedad. Pero había que aguantarlos, así lo quería el maravilloso Líder. El líder poseía un rango muy alto, y para mejorarlo estaba obligado a dedicar unas 14 horas al día. Recuerdo que le daba el relevo a su novia y esta terminaba el cuplo de su jornada. Nos conocíamos bien, hasta en la voz, porque era menester utilizar un programa adrede que permitía la comunicación mediante micrófono. Estábamos bien provistos para todo. Sobre todo de tiempo. Había gente que con treinta años no había pegado palo al agua, no tenía estudios, tenía novia y vivía del cuento, no sé si sería de sus padres o por algún tipo de manutención o herencia o que porque el gobierno está a lo suyo y paga ahora también a los más perros por considerar la holgazanería una discapacidad, pero ahí estaban tocándose las pelotas. Yo me las rascaba con más arte que ellos, porque al menos tenía el pretexto de la Universidad, y a veces me consolaba pensando en que no debería ser tan tonto si había llegado hasta ahí. Pero ese caradura, gorrón, chupasangres tenía unas piernas para acariciar a diario, para mirarlas y ponerse burro, y yo era un mierda, una puta mierda.

Todo esto me llevaba a meditaciones simplísimas, de una complicación menor que una regla de tres, algo así como vaticinios. Tenía por dentro residuos nucleares en lugar de jugos gástricos, y esa parte del cerebro que ejerce el control de las emociones era pasto de ratas. Presa de mi propia humillación no lograba despertar de ese sueño, y tan solo el juego era capaz de hacerme olvidar todo y centrar mi atención. También tuve mis momentos de pensar en mi vida, y no hacía más que incitar a las ratas a que royesen todavía más. Para dormirme era prerrogativa que pensase en el juego, de lo contrario, padecía insomnio, el dolor de cabeza era muy común después de mi labor diaria, y en aquellos momentos muertos en que jugar era imposible porque el cabrón de mi hermano estaba con el ordenador, o se había roto internet, o tenía algún asunto secundario entre manos, me invadía una sensación soporífera inexorable, por lo que tenía que dormir. Así, tiempo para pensar en mí no tenía mucho. Esto me sirve como explicación para justificar la conjetura automática que barrunté. No había ningún argumento de peso, ningún tipo de deducción ni inducción. Tan solo esto: Si una tía aparecía en vida, entonces esta cambiaría, por cojones mi ser debía tener sentimientos, soy humano, no he tenido problemas, incluso ha habido chicas por las que he tenido un interés (sin exteriorizar, naturalmente ¡Qué vergüenza!). Los libros decían que el amor era fabuloso, que todo lo puede, y disney se obstinó en mi infancia en demostrar la falacia capciosa de que el amor es interior y toda esa basura. Por eso, cuando vi el mensaje de esa tía, y que me hacía un poco de caso, pensé que alguien podría interesarse por un insecto como yo. Otro día continuaré.