martes, 6 de mayo de 2008

Despertar del acabado.

El sol iluminó su rostro pálido y agotado por la noche de pérfidas acciones y consumo de estimulantes. Los rayos llegaron a sus ojos cerrados, los cuales abrió con sorprendente actividad, giró la cara en señal de molestia; en un sobresalto asió la sábana rociada entre la cama y el suelo cubriéndose así toda la cabeza. Sin embargo, estos pocos segundos fueron suficientes para que no se pudiese volver a dormir, convirtiendo al gesto en culpable de su irreversible despertar. Este breve sobresalto, provocado por la inminente entrada de la luz del deslumbrador astro en su cuarto desembocó en que sin darse cuenta su cerebro se desperezase. Aunque no podría decir lo mismo de sus brazos, exhaustos como si hubiese estado nadando horas, o sus piernas que le pesaban como plomo. Se estiró, bostezó y una avalancha aflictiva le cayó como un yunque, le inundaba una marea de arrepentimientos por los hechos que en ese momento le parecieron insólitos, pero que con el tiempo se daría cuenta que se quedarían en simples anécdotas; eso sí, dignas de no recordar. Recuerdos desordenados y fugaces le asediaban, las imágenes y las conversaciones, sobre todo estas últimas, anegaban sus pensamientos y eran las propulsoras de su angustia momentánea y lamento insustancial. Mientras, mantenía su cabeza empaquetada en la sábana.

Era consciente de que esa sucesión de agobiantes recuerdos recientes no eran provocados por las repercusiones que fuesen a tener en su vida; no, era lo que coloquialmente llamaba el bajón y lo sabía, conocía esa ansiedad más que bien. En su experiencia como joven consumidor de cocaína mezclada con alcohol las consecuencias al despertar eran las mismas, siempre coincidían el cansancio físico provocado por el alcohol y la leve depresión de la droga dura, dando como resultado una preocupación excesiva que poco a poco iría en descenso. Con el paso de los años, esos sentimientos de culpa que definían su resaca disminuyeron y cada vez ese pequeño bache se convertía en una nimiedad a la cual ya casi ignoraba. A sabiendas de que con el paso de los minutos – que antes eran horas – la angustia decrecía y los remordimientos se desvanecían, buscó la solución que mejor se adaptaba a las circunstancias. Necesitaba resarcirse de algún modo, ya que el nudo en el estómago y los confusos recuerdos no hacían más que provocar que un enjambre de ideas desordenadas relampagueara su mente. Sabio conocedor de la medicina óptima para curar sus males, empezó a hacer memoria para quitarle hierro al asunto:

"Que noche la de ayer" cavilaba "A ver tío piensa, piensa… como puñetas… si dije que no iba a salir y al final acabé como acabé, hasta las 6 de la mañana hecho un guiñapo y sin saber lo que hacía. Esa chica, es lo que más me preocupa… bueno más bien su novio, porque me comentó que tenía novio, ¡bah!, me imagino que cada noche recibirá varios chicos como yo diciéndole lisonjas, que teniendo en cuenta mi estado se traducen en sandeces. Es que fui un pesado, sí eso es, un pesado. Y que desastre, consumiendo en la mesa de la terraza de ese bar a pique de que me viese cualquiera, ¡ay! pero tampoco pasó nadie ¿Por qué me preocupo tanto? ¿Pero a que viene esta angustia? Ya se, se lo que es… es lo de siempre… que tendría que dejar esas marchas locas y centrarme un poco más en otras actividades más ociosas y productivas, esto en cierto modo me perjudica. Mi conciencia me habla ¡Si ella me lo dice!, pero cuando me he bebido unas copas ¡Plas! Ahí surge el demonio que hay en mí y me ofusco, o más bien que ofuscarme focalizo mi atención en esos polvillos blancos que tanto me llenan esa noche y tan vacío me dejan por la mañana. ¡Mírate y escúchate! Aquí divagando sobre banalidades que no me van a afectar en absoluto ¡No, no me afectarán! Si es que no entiendo porque me preocupo tanto, al fin y al cabo no pasó nada digno de mención, siempre la misma basura, ¡Esto son escombros! Pero que tengo que barrer de algún modo y llevarlos a ese rinconcito de mi memoria que llaman olvido. El problema radica, y ese es el quid de la cuestión, en que mi estado de euforia de anoche ahora me provoca esta parcial depresión, tanta adrenalina desperdiciada, ahora me falta esa energía que derroché anoche como un ludópata que apuesta hasta su ruina y claro… ahora pago las consecuencias. Pero bueno este resultado siempre es el mismo, no hay mal que por bien no venga. ¡Ya no consumiré más! ¡No, nunca más!. Menuda mierda es todo esto…"

Sincerarse y contar las penas que no se comentan en estado sobrio: parece que por decirlo en ese momento el oyente vaya a tener más empatía, que vaya a ser más comprensivo, y así es, parece que el interlocutor entiende y hasta le afecta; claro, pero es que va borracho. Luego no es raro derramar unas lagrimillas en uno de estos coloquios ¡Hay que darle más emoción al asunto! Que parece que en ello nos vaya la vida y resulta que al día siguiente el que se alcoholizó, se lamenta y sería capaz de volver atrás en el tiempo a cambiar tanta veracidad y abismal sentimentalismo. Dentro de su originalidad, pasó 10 minutos dando vueltas a su cabeza, pensando y repensando sus experiencias, recordando las conversaciones con sus amigos de fiesta, que si es su mejor amigo, que por él daría la vida, esto y estotro. Se vilipendiaba a si mismo, encarnizándose y llegando al punto más álgido, sintiendo vergüenza de si, así como de las palabras, dichas con el mismo empaque, de sus colegas. La verdad es que su borrachera, visto fríamente no tuvo nada de particular. De este modo, rondando y disparando sobre los puntos flacos de los recuerdos, parecía que todo perdía importancia, que la pintura que ocultaba sus ideas más estables y equilibradas, lo que coloquialmente llamaríamos normales, se iba disolviendo con su machaque continuo, trasluciendo poco a poco el cristal y dejando a la luz entrar en su razón.


Saludos, Antonio.