martes, 13 de mayo de 2008

El fantasma de J. 2.

Nota: La parte 1 está más abajo y sujeta a modificaciones insustanciales de embellecimiento, al igual que esta parte 2.

La vida es una ardiente y cálida candela la cual se nutre de variados combustibles y dependerá de la paciencia de quien mantiene viva su llama si esa arde con fulgor o si es una lumbre débil y compungida. Pero ese fuego y sus pábulos son finitos, algún día u otro su alimento se acabará y la hambruna acariciará su palpitante corazón. Habrá querido arder con la mayor fuerza, mostrarse como la más admirable hoguera del averno; y del diablo que la haya mantenido dependerá si las maderas han sido colocadas con destreza ,aunque solo implique la subsistencia, para fraguar un futuro halagüeño o si, al contrario, habrá ido cebando azarosamente el fuego, llegando a la cumbre del bochorno para exhibir un ímpetu durante una época dorada de la vida. Siempre dependerá del diablejo que alimenta su llama.

Yo fui un diablo que se empecinó en hacer arder la candela con tal fuerza que era admirada, pero que, a su vez, estaba destinada al consumo incontrolado. Para ello, que mejor que poner a vender el mismo combustible. En verdad, me resultó complicado tomar la decisión y convertirme yo también en un ser desalmado con las preocupaciones a más corto plazo. Me veía en cierto modo reflejado en N. El deterioro en estado puro, su vida se consumió y tan solo quedaban las cenizas de la candela deambulando por la tierra en la dirección que las llevase el viento y con algunas ascuas que le mantenían con vida. No quería verme así en un futuro, sin embargo más fuerte era mi anhelo de holgazanería y anodina existencia. Para que iba a complicarme si, en cualquier caso, los resultados iban a ser los mismos. Eso piensa uno cuando es muy joven, aunque cuando los años han pasado como un soplo de viento y el árbol no ha dado frutos, más que algunas épocas lujuriosas, noches de diversión entre billetes y naipes, surrealismo de estupefacientes y alcohol y.. poco más, llegados a esta edad un piensa que no ha sido más que tirar el tiempo y el dinero. Y, mientras tanto, la llama se ha consumido a toda velocidad y el combustible se ha ido acabando.

El negocio fue viento en popa, todo un éxito. Aunque las primeras semanas estaba realmente inquieto por el riesgo que entrañaba y perturbado por el desvanecimiento de las ideas, mi capacidad adaptativa me permitió resarcirme de esos sentimientos negativos y tener una despreocupación rayana en la dicha y buenaventuranza, parecía que finalmente había encontrado mi sitio y, definitivamente, todas esas ideas tan humanas que envolvían mi alma, aquello que era un muro que pretendía detener mis andanzas por el ganancial y sencillo mundo del narcotráfico, se derrumbó con una facilidad desconcertante. Incluso yo me sorprendí de lo factible que estaba siendo el asunto. A las dos semanas estaba completamente satisfecho y alegre de haber renacido de las cenizas y haber emprendido el vuelo.

Explicaré a grandes rasgos como evolucionó mi andadura. N. me fió 25 gramos en un principio para ver como se desarrollaba mi capacidad de vendedor y observar cuánto tardaba en sacármelos de encima. No tardé demasiado, cuando le comenté a un par de amigos que yo tenía material y que era bueno no tardó en correrse la voz. Aunque parezca arriesgado que vaya de boca en boca, no lo es tanto, principalmente porque se trata de gente de confianza que a su vez lo trasmite a gente de confianza y, por otro lado, ¿Quién iba a decirle a quien no debe que le ha comprado cocaína a J.? Naturalmente podría darse el caso de que hubiese algún infiltrado o que alguna pared agudizase su oído, pero no fue así. Los 25 gramos me duraron menos de una semana, pero fue un suplicio debido a que me llamaban a cualquier hora de cualquier día; y yo, para ser un vendedor eficaz, estaba disponible las veinticuatro horas, los siete días de la semana. Dí la noticia de aventura un domingo y el viernes tuve que volver a llamar a N., el cual me suministró una cantidad mucho más importante. Sobre N., me dejó bastante claro que no quería ninguna clase de jugarreta o error craso, ya que podría implicarle a él y eso, obviamente, le afectaría sobremanera; él tenía mucho más que perder que yo. Sin embargo, yo no era tonto, al ver que en 5 días había obtenido unos beneficios asombrosos, no iba a meter la pata y anduve con pies de plomo. Los sentimientos de miedo, angustia y las contradicciones que se me presentaron fueron desapareciendo paralelamente a como aumentaban mis beneficios, pero también hay que añadir que aumenté mi consumo de modo preocupante. Esto último sin duda fue un gran problema, consumía del orden de un gramo diario, eso cuando menos consumía, claro está que lo conseguía a precio reducido y sin cortar, por lo que me resultaba económicamente viable. Debo añadir que mi éxito rotundo fue también debido a que actué como un zorro viejo que cuida de sus clientes, sólo lo cortaba con una sustancia que recomendó un químico - al cual le vendía, por cierto - fervientemente y además le dejaba un grado relativamente alto de pureza, siendo así una de las cocaínas de más calidad que se podían adquirir por la zona. No obstante, me daba la sensación de que era poco apreciada esa buena acción, puesto que de ninguno de los otros camellos recibí quejas. Seguramente continuaban haciendo su actividad sin problemas, ya que cuando yo me quedaba sin material, apagaba el teléfono. Pocas veces me quedé sin material. Otro aspecto que me parece destacable es que llegó un punto en que a determinadas horas tenía que mantener el móvil apagado, ya que recibía llamadas constantemente independientemente del día y la hora; al principio era llevadero pero algún día tormentoso me propulsó a replantearme unos horarios más o menos fijos. No solía salir de casa con más material de la cuenta y mucho menos si iba medio colocado y borracho con pretensiones de salir de marcha, eso entrañaba riesgo, al igual que tampoco le vendía a cualquiera; había gente que era capaz de hacer varios kilómetros con tal de que el verdadero comprador le invitase a dos rayas. Gente que compraba varios gramos para una noche, gente que llegaba con la frente sudorosa y con leves espasmos, felaciones por un par de dosis, mandíbulas en movimiento mecánico, robótico e inútil, personas que pedían fiado, relojes y joyas por un par de gramos y otras delicias los veía a diario. Parecía un circo del cual ni tan solo yo me salvaba, pero yo era el que cobraba la entrada y ellos eran los payasos, yo me quedaba tan a gusto.

Así pasé dos meses, vendiendo a lo loco, incluso llegué a tener algunos ahorros a pesar de mi gastar descontrolado. Pero poco importa todo esto, poco importa, el fondo del asunto está relacionado, pero que todo marchase a pedir de boca no significa que no hubiese alguna eventualidad que hasta los dos meses no fueron más que efímeras. Estaba empezando a abrazar quimeras y a plantearme grandes propósitos, aunque también he decir que era completamente adicto, estaba totalmente sumido en la adicción y dependía de ella como del agua. Si estaba algunos días sin consumir se convertían en un suplicio y el principal dilema es que era consciente de esta adicción, intentaba pararme los pies, pero siempre terminaba cayendo, una y otra vez. Empezaba pensando que tan solo me metería una raya para bajar el mono, luego resulta que me terminaba esnifando dos o tres gramos, siempre era igual. Como digo, esto fue sobre los dos meses, justo cuando surgió la contingencia que me ha empujado a escribir esto.

Como he dicho, tenía contactos de confianza y muchos de ellos todavía iban a la universidad. Yo si el pedido era importante, de más de cuatro gramos, no tenía ningún problema en desplazarme, aun menos si era a la universidad a tomar unas cañas, de paso, con mis viejos colegas. Esta vez tenía una demanda bastante sosa, tan solo me habían pedido 2 gramos, aunque por ser quien era no tuve más remedio que trasladarme. En todo caso, eran tan solo 15 minutos en coche. Fui allí y estuvimos conversando tranquilamente y entre risas en el bar, sentados en una de esas sillas minimalistas, cuando llegó el sujeto en cuestión al que tenía que venderle. El bar estaba abarrotado y si algo caracterizaba a los garitos de esa vieja universidad era la total indiferencia que mostraba la gente por los asuntos de los demás. El ruido embargaba la estancia amplia, muy ancha y muy larga, unas 50 mesas, algunas de seis personas, otras de cinco, todas ellas llenas, los alumnos, profesores, trabajadores y curiosos entraban y salían, algunos cariacontecidos por alguna personal desdicha, otros felices porque habrían aprobado algo o porque eran de esas personas que siempre sonríen o Dios sabrá porqué. Las conversaciones se perdían entre el estropicio sonoro del ambiente. La atmósfera invitaba a contemplar, algo cargada por el humo y agobiante por el vaivén de voces, andares deliciosos y bellezas que no se sabe si se volverán a ver o si el tiempo les invitará a su degradación, camareros sulfurados por las enormes colas y griteríos constantes, el recreo de los estudios superiores. Por la entrada y entre varias personas que entraban y salían, apareció mi hombre, el cual reconocí al instante.

Le conocía pero no demasiado, había ido conmigo a clase y no habíamos intimado ni entabladoni una mínima amistad. Su paso se debía simplemente a que venía a por el material. Cuando le vi, esbocé una sonrisa afable y sosegada, él venía con bastante prisa según me pareció. Me hizo un gesto con la mano en señal imperativa de acercamiento, me levanté de la silla y acudí a su llamada con el material preparado en el puño que, a su vez, permanecía guardado en el bolsillo. Cuando estuve cerca me saludó agitada y maquinalmente, como si de un debutante pavoroso de teatro se tratase, yo no le di mucha importancia ya que estaba tan acostumbrado que esos protocolos me parecían innecesarios. Pero no hay nada como adaptarse a la confianza para caer de bruces contra el suelo. Hicimos el traspaso, yo le di el material y él a mi el dinero, pero fue de una forma un tanto descarada diría yo, totalmente despreocupada; había pasado varias veces en el bar y podía tener las papelinas sobre la mesa, que nadie se fijaba en nadie. Sin embargo, justo en el momento que vi como se retiraba mi antiguo compañero satisfecho con la compra, noté una mirada fija en mí, que me estaba clavando sus ojos negros, miré de reojo y estaba allí, mirándome. Era D.

(Continuará)