lunes, 12 de enero de 2009

En plato frío.

Tan controvertido sentimiento como es la venganza, no podía ser soslayado por este blog; más aun cuando, día tras día, en las noticias vemos como el terrorismo tiene construidos sus cimientos en torno a ésta. No voy a exponer aquí todas las causas que me hacen colegir tal barrunto, pues no versa sobre el terrorismo este escrito. Escrito ideado por las nuevas que nos llegan continuamente desde todos los rincones del mundo sobre guerras y atentados, y principalmente por una empatía que brota cuando se piensa bien a fondo sobre el tema. Así por ejemplo, algo de rabiosa actualidad es la guerra en Gaza, territorio ocupado por fuerza por los judíos que antaño pertenecía a gentes con distinta cultura y muy dispares creencias, si bien no llegan a ser polos opuestos pues sus bases siguen siendo las mismas. Sin dar demasiados rodeos al asunto, comprendí el porqué los palestinos siguen en la lucha: por venganza.

El Conde de Montecristo de Alejandro Dumas gira en derredor de la venganza y es una indiscutible obra maestra de la literatura universal. El lector no sólo llega a sentir el encono que subyuga a Edmundo Dantés, preparándose y curtiéndose cuando alcanza su libertad, o incluso durante su cautiverio mediante las lecciones de su mentor, sino que se alegra por que se le presente la ocasión; y sin dejar cabos sueltos comienza una venganza lenta y angustiosa, implicando a todos los traidores del hombre y de la patria, poseídos por el egoísmo y el ascenso social, algo tan propio del capitalismo, aunque también de los sistemas de antaño. Lo realmente genial de este libro radica en que el lector disfruta y se regocija con la mano de la providencia, la mano del protagonista, la mano de la venganza.

La venganza es dulce, tiene que llegar a dar tal satisfacción que muy grave debe de haber sido para no alegrarse con su consumación, y precisamente ahí es donde se halla la controversia, en la gravedad de la misma. Efectivamente, la venganza es justicia, en su sentido de jurisprudencia, no de ecuanimidad. El poder judicial es en parte un mecanismo de venganza, donde por causas de diversa índole se sentencia un veredicto u otro. Se exime o se acusa irrevocablemente, siendo una puerta que se abre o cierra si se es inocente o culpable respectivamente. Este tipo de venganza institucionalizada y lícita (a la otra la llamaré popular), también puede verse afectada por severas condenas, en ocasiones demasiado estrictas, acentuado más aun si el organismo o persona juzgados son presuntos y no inapelables culpables. Aquí la sentencia será clave, pues dependiendo del alcance de la misma, será remisible o dejará de serlo, lo cual es desalentador. Sin embargo, supera esta venganza a la popular en que la popular no tiene intermediarios, si está equivocado el vengativo ente, no habrá quien lo corrija o detenga.

Determinadas sentencias se han de coger con pinzas en casos específicos y lo mismo podemos extrapolar a la venganza popular, la común, la nuestra, la del pueblo: aquella que nace de un corazón roto, o de un robo en las narices, o de un agravio, o de cualquier razón que el afectado considere suficiente para poner en marcha los engranajes de la praxis del rencor. Esta venganza popular es también justicia, sin embargo aquí el juez ya es más subjetivo y guiado por su visceral motor planea una u otra acción que llevará a quien cometió la ofensa a pagar por sus pecados. Como ya he recalcado más arriba, esta justicia es más fastidiosa, ya que no tiene ni jueces, ni ejecutores, ni defensores, ni acusadores. Él desempeña todo, lo que implica más trabajo y, desprendido de esto, mayor satisfacción; también hay mayor posibilidades de error.

Por otro lado, la venganza popular me parece más humana y comprensible que la venganza lícita. Un ejemplo claro sería éste: Una chica recatada y humilde, con una belleza singular aunque no deslumbrante, que ha acabado sus estudios y comienza a incorporarse a un catastrófico y tacaño mundo laboral con un sueldo casi decente, decide un día independizarse con un novio que tiene de hace varios años atrás. Ella le ama con toda su pasión, él le ha prometido el oro y el moro (o sea, su amor eterno), comparten gastos e incluso piensa que es dependiente de él, una dependencia sentimental, que no económica. Él es un chico atractivo, poco mayor que ella y ya roza los 30, trabaja en una empresa de gas y gana un sueldo que muchos envidiarían. Ese chico conoce a una secretaria, de la cual se enamora con el tiempo y acaba dejando a la primera chica compuesta y sin novio. Y colorín colorado... Pues bien, visto como sea, la venganza popular daría respuesta siempre y cuando la parte afectada lo valore pertinente, mientras que la venganza lícita nada podría hacer. Ahora supongamos la misma situación, bajo las mismas premisas, con la única diferencia de que el tipo ha hurtado de la cuenta compartida para gastarselo en vicios o caprichos, el final sigue siendo el mismo, la historia la misma, puede añadirse ya a la primera y vendría siendo igual. La venganza ordinaria respondería a ambos delitos (si abandonar una relación sentimental puede llamarse delito), mientras que la lícita tan solo cubre el robo siempre y cuando sea demostrable. Ya sea a causa de engaño, embuste, infidelidad, incumplimiento, ofensa, superficialidad, impulso o desprendimiento, la venganza por despecho me parecería más comprensible que la del robo. Esto es así, porque es más dañino el verdadero mal de amores que el hurto de 300 euros (o hay que ser muy avaro para sentir lo contrario), esto sin contar que el dolor se puede aliviar con compras, ora de materiales como ropas, abalorios, tecnología o transporte, ora de consumibles como alcohol, medicinas o drogas; en todos los casos no calman la pena de una plañidera mujer más que de modo efímero e inestable, y en muchos casos adictivo y pernicioso. Estoy seguro que ella aun habiéndose percatado de la malversación de su novio, se la perdonaría e intentaría rectificarle en su propensión al despilfarro: al fin y al cabo no es más que dinero. No obstante, la traición y el pasar de un día del amor total a otro donde los cuernos agrietan techos, duele más que la pérdida de 300 euros; además, ¿Quién me niega que la chica - dolorida, decaída, derrumbada y con posibles crisis de ansiedad, enfermedad tan de moda- quien me niega que sería capaz de dar otros 300 más para recuperar a su ya expareja? o si se prefiere ¿Quién me afirma que no lo haría?. Sí, es posible que no lo hiciera, que se quedase con sus 300 euros y no lamentase la pérdida de su novio; mas sólo posible, se podría dar el caso contrario y no sería disparatado en absoluto. Ahora supóngase que realmente esa chica los pagaría. Eso significa que para ella la pérdida de 300 euros por el hombre al que ama ha sido menos onerosa que el compromiso y continuidad de la relación. Así, la venganza lícita nada podría hacer sino otra acción que sancionar al maleante, si es que se puede probar el delito. Efectivamente, el lector ya se puede haber adelantado y pensar "El verse en un pleito como culpable ya da bastante satisfacción a la parte acusadora". Lo cual no desdice el irrefutable hecho de que si sale penado, significa la devolución compelida de lo que por derecho le corresponde a ella. Justicia, que no venganza pues la venganza siempre implica un sentimiento justiciero, sin embargo no siempre la justicia es afín a la venganza.

Continuaré reflexionando sobre el tema de la venganza en próximos escritos.