lunes, 26 de enero de 2009

Carta a la eterna amada.

No podré olvidar aquella vez que, apoyado en una barandilla esperando la cita con esa profesora, oí tus pasos e ignoré su procedencia. Tan tímido era que no era capaz de levantar la cabeza por el toc de unos zapatos de tacón corto, mas no ibas a dejar tú que mi pusilanimidad se impusiera a ti, beldad sublime, fémina edénica, mi Nastasia Filippovna. Sabías que nunca antes había mirado ni tu faz ni tu silueta, ni tus castaños cabellos, y que tampoco hasta ese momento había prestado la menor atención a tu voz. Pero apareciste, como un ángel salvador que recuerda los motivos que hay para continuar pululando por este supérfluo mundo. Sabes que desde entonces, cuando se cruzó nuestra mirada, cuando tuve valor suficiente para levantarla y mirar a la profundidad de tus pardos luceros por un instante, cuando pude apreciar la perfección llevada a la realidad, tu piel limpia de impurezas y tu castaño pelo formado de resortes que se movían a ritmo de amor, desde aquel momento sabes que en mi último suspiro se grabará tu rostro en mi alma, pues nunca, por muchos lances, por muchos amores, por muchas alegrías que sucedan en mi vida, seré capaz de olvidarla. Tantas experiencias desde entonces, tanto sufrimiento, tanto padecer, para comprender que nunca podré tenerte, tan solo en mis sueños, donde tantas veces has aparecido para alumbrar la penumbra de mi pobre vida onírica.

Innumerables veces he pensado en tu suave piel, y ya puedo palpar tu seda en el aire, me imagino como ese vacío se va llenando con tu presencia, cubriendo el vano físico y espiritual que tanto me atormenta sin tu ser. Nuestros labios se encuentran, nuestros cuerpos se rozan, y un escalofrío penetra en mi espalda para recordarme lo solitaria que es mi vida sin tu bufanda de Agatha Ruíz de la Prada. Y mi débil voluntad, subyugada a tu sonrisa de nácar y tu fragancia a Mar, no deja de evocarte en los momentos en que me embarga el alborozo, pues en la pena, corazón mío, soy incapaz de rememorarte. ¿Qué tendrás, que tan desmañado soy para no poder controlar ese huracán que desde entonces guía mis pasos? ¿Porqué creo que si lo controlo mi vida vuelve a su malestar, a su ruin transcurso? ¿Porqué te recuerdo con melancolía en las húmedas tardes de otoño, y con tanta esperanza en las mañanas de abril? Sé que no hay esperanza, que el hilo invisible que une mi destino a tu existencia, va remolcado por tu dignidad y honra inconmensurables. Y aún así me siento libre, siento plena libertad, plena alegría de comprobar como tu corazón late y el mío intenta hallar en esta babélica selva la liana a la que sigues para combatirla, y aún así me siento libre, libre de poder dar rienda suelta a la pasión que me inspiras, a la avidez que me define y de poder decir no a todo corazón que se cruce solicitando mi hilo invisible.

¿Recuerdas cuando sudábamos en silencio en el aula por cuatro preguntas mal dispuestas? Me rendí tácito a tus pies, y confirmé mi sospecha de que las flores no son para comérselas, sino para mirarlas, y te miré, loto trigueño, pues quería ver un poco más de lo que se debe, y escruté durante un segundo deliciosamente eterno tu escote, tan poco generoso, y pude observar la textura de tus excelsos pechos gracias a esa blanca camisa ancha, entonces decidí que las camisas anchas son más eróticas que embutirse en polyester. Amada mía, te pido disculpas por esa soez mirada, tan discreta como lujuriosa, tan instintiva como vil, tan inexorable como pasional. Ni quise imaginarme la delectación de probar tus pétalos; las flores son para mirarlas y algunos ni a eso deberíamos aspirar. Aspiraciones, de eso se trata, expectativas mermadas por la percepción de capacidad, y aún así no me abandona la esperanza, no me embriagará la renuncia, no mientras viva, no mientras no se detenga el motor que mueve mis latidos y pensamientos.

Por primera vez, mi diamante Sudafricano incrustado en oro de la legendaria Tíbar, mi brillante y gran estrella que marca mi norte, mi sangre que me da vida, por primera vez no sentí ese impulso concupiscente tan propio de hombre en desarrollo, por primera fue un sentimiento que fue más allá, inefable por mi simpleza, titánico por mi exasperación y novelesco por mi ilusión; fue distinto, lo percibiste, supiste verlo, amor mío, atisbaste la sinceridad de mi anhelo, y por ese gesto, por esa primera toma de contacto, por la búsqueda de ese primer beso, colmaste mi corazón de vitalidad y mi estómago de coloridas mariposas que recorrían todas sus paredes, provocando graciosas y sensacionales cosquillas en cada despertar y en todas aquellas calurosas noches de verano donde fui incapaz de pegar ojo sin recordar tu mágico lunar ni el marfil de tu sonrisa. Me llevaste a proclamar grandes empresas, a rumiar sobre un futuro prometedor para ofrecerte lo más bello que haya en este mundo, a coger la luna y ponerla a tus pies, a recorrer los inconmensurables océanos en busca de perlas de los Mares del Sur, a confeccionar collares y pulseras después de una eternidad buscando "Ulls de Santa Maria", a cubrirte en halagos y bailarte el agua; mas ni así fui capaz de estar a la altura, y ahora, sólo, desesperado, desconsolado y meditabundo, me doy cuenta de cuanto perdí con no seguirte la pista, con no haber intentado entablar contacto, por haber sido una vez más vencido por el miedo y la inseguridad; sin embargo sé que mientras tenga tu recuerdo, tendré que seguir viviendo y mejorando con el único objetivo de que en mi mente ni en la de nadie tu linda figura y bello rostro jamás perezcan.

Aún siento la exquisitez de tu marina fragancia, el melódico sonido de tus pasos y la absorción de tu dulce mirada.

Dedicado a Mar.