viernes, 16 de enero de 2009

Geysers de odio.

Uno de los mayores problemas derivados de una acción vengativa es todos los sentimientos vinculados a ésta: la envidia, el odio, el desprecio y, en fin, toda sensación que atormenta a los corazones. A mi modo de verlo, y esto es ya más una opinión que otra cosa, la venganza puede ser peligrosa si se toman determinados derroteros, ya no tanto por la condena estipulada por el ejecutor como por la adquisición y asentamiento de una tendencia al encarnizado escarmiento. Efectivamente, el hombre se habitúa con desaforada facilidad a todo aquello que le reporta algún tipo de beneficio ya sea material o espiritual; y una venganza bien elaborada y ultimada, sin duda otorga una satisfactoria recompensa a modo de represalia culminada, y plasmada en alborozo. Así, subrayo una vez más que antes de poner en marcha todo engranaje vengativo, es necesario sopesar bien el daño recibido para no sobrepasarse en la sentencia, pues en ese caso puede surgir el arrepentimiento, y así no habría esos beneficios a los que he hecho referencia.

Aquí nos encontramos en un conflicto de naturaleza interna grave. No podemos vivir urdiendo diversos artificios de ojo por ojo y diente por diente pues tomar esa propensión es cuanto menos peligroso. Tarde o temprano, quien así vive acaba por estrellarse contra un muro de acero, más cruel, más experimentado y que probablemente su único anhelo en la vida sea vivirla. De ahí se infiere que la venganza será mejor practicarla bajo unas circunstancias muy específicas, en contraposición de agravios que pueden nacer del día a día. No es pertinente, por ejemplo, vengarse de un tipo que se conoce una noche yendo medio borracho y que nos arranca una invitación a un cubata aprovechando nuestro estado de embriaguez. No obstante, si esta situación comienza a repetirse crónicamente, se podría comenzar a tramar alguna artimaña; o casi mejor sería incordiar con algo tan fácil como puede ser pinchar una rueda de su coche valiéndonos del arte del disimulo. El caso está en no excederse en el castigo impuesto, mejor es quedarse corto.

No emerge de nada la venganza, realmente no se puede aplicar sin haber causas; a no ser que haya una propensión a realizar el mal por defecto, o que se padece algún brote sociópata o psicótico; y no me estoy refiriendo a ese tipo de acciones, si bien pueden ser siempre justificadas débilmente y sin crédito alguno mediante una venganza contra alguna raza, clase de personas o humanidad en general. Aquí se refiere a la venganza por determinados agravios de una vida normal y corriente. Esclarecido esto, se puede adentrar en el tema de la estructuralidad contra la instrumentalidad.

En efecto, la venganza debería ser un mecanismo instrumental. Van arraigados a ella determinados sentimientos que pueden provocar sesgo en la objetividad e indudablemente si se tiene más como estructura que como instrumento es que esos sentimientos subyacen en lo más hondo del corazón; y una vez ahí dentro, es difícil de arrancarlos y desembarazarse de ellos. Así, no es que la venganza de por sí conlleve consecuencias como estar dominado por el odio de modo constante, sin embargo quien odia suele aplicar venganzas por menudencias. El odio es un sentimiento fácil de obtener, y aun más fácil resulta vivir con él y que suplante a cualquier forma de vida, le sucede como a cualquier otro vicio. Es obsesivo, especialmente en su momento incipiente. Además, el juicio que se puede realizar de las distintas experiencias puede verse manipulado por esta propensión. Esto sería una tarea de generalización, es decir de adquisición de la venganza como estructura, lo que a su vez significa estar dominado continuamente por el rencor.

¿Y porqué no? Realmente difícil es de explicar de un modo objetivo el porqué no tiene ventajas vivir con el odio. Hay que recurrir a la moral y para ello no hay más que albergarse en los sentimientos positivos como cariño, amor o amistad. En efecto, estos sentimientos son la única medicina contra el tormento del odio. Uno de los principales indicadores de que se haya sucumbido a esta propensión, son precisamente los juicios y condenas excesivos. Eso significa que en la aplicación de la pena no ha habido piedad alguna y eso a su vez implica una total dejadez. Porque odio significa dejadez del alma, dejarla a su libre albedrío, desidia sentimental; y siempre resulta más sencillo odiar que amar, especialmente porque en el odio ya está el daño presente, pues es el propio dolor, mientras que en el amor la herida es solo una posibilidad que quizás ni nos roce. El amor es más arriesgado y difícil, requiere mayor esfuerzo e implicación.

Pero también hay venganza en el amor, lo cual hace honor a la perogrullada "Del amor al odio hay un paso". En efecto.